Si nos paramos a pensar un momento en cuantos productos de uso cotidiano están hechos con plástico, probablemente la realidad nos asuste. Sobre todo desde que conocemos las consecuencias que los residuos de este material implican para el medioambiente, y especialmente para la biodiversidad marina.
Es evidente que la producción mundial de plástico se ha disparado estos últimos años. Además, la mayor parte del plástico se emplea en la fabricación de envases, es decir, para productos de un solo uso. La omnipresencia de este material en nuestras vidas ha provocado la multiplicación de sus residuos, cuya mayoría acaba invadiendo los océanos.
Según un informe de Greenpeace, en 2016 unas 8 millones de toneladas de plásticos (equivalente al peso de 800 Torres Eiffel) acababan en los mares y océanos anualmente, constituyendo el 60 a 80% de la basura marina. En 2020 se estima que ya son casi 12 millones de toneladas de plástico las que se acumulan anualmente en el mar.
Ya hace un tiempo que la contaminación por plástico en los océanos se introdujo en el debate público, y que se reconoció este problema. Hoy en día numerosas asociaciones y ONG luchan contra esta contaminación y buscan soluciones para salvar a la fauna marina, pero sobre todo alzan la voz sobre esta problemática para concienciar a la población.
Se habla a menudo, por ejemplo, de las “islas de plástico”, las zonas del Océano que se encuentran completamente recubiertas de basura (mayoritariamente plástico). En el Océano Pacífico, entre Estados Unidos y la isla de Hawái, existe una cuya superficie se estima en unos 1 700 000 km², es decir un tamaño más de dos veces superior al de Francia.
Está muy bien que se reconozca el problema, y que ciertas entidades actúen día a día para mejorar la situación, pero hacen falta soluciones eficaces y globales para parar esto.
Cabe añadir que el 70% de los plásticos que acaban en el mar se quedan en el fondo marino, lo cual indica que lo que vemos es tan sólo la punta del iceberg. La limpieza de los residuos que se quedan en el fondo marino es mucho más difícil y costosa.
Afortunadamente, un grupo de chilenos ha tenido una idea que podría revolucionar la manera de fabricar plástico para que este no dañase los océanos. El nombre de la iniciativa es Solubag y consiste en una empresa de fabricación de bolsas hidrosolubles. Estas bolsas, aunque a simple vista se asemejan mucho a las de plástico convencionales de los supermercados, se disuelven en cuanto entran en contacto con el agua.
La iniciativa nació en 2014. Paradójicamente Patricio Cabezas, uno de los creadores, había trabajado durante mucho tiempo en una empresa de fabricación de plástico, y siempre explica irónicamente en las entrevistas, que primero fue parte del problema, y ahora está participando en su solución.
En Chile ya hacía unos años que se trataba de resolver este gran problema de la basura plástica, hasta que todo se aceleró en 2019, cuando se aprobó una normativa que prohibía los plásticos de un solo uso en el país. Esta normativa entró en vigor en 2020, convirtiendo así a Chile en el primer país sudamericano en prohibir completamente la venta de bolsas de plástico desechables.
La gente necesitaba algo que pudiese sustituirlas, y los fundadores de Solubag, (Roberto Astete , Cristian Olivares, Alejandro Castro y Patricio Cabezas) aprovecharon esta situación. La idea comenzó a gestarse cuando éstos se fijaron en las cápsulas hidrosolubles de detergente para lavavajillas y lavadora, que se disuelven rápidamente con el agua cuando comienza el proceso de lavado.
Patricio Cabezas, uno de los creadores de “Solubag”, visita la sección de Ciencia del programa de televisión español “El Hormiguero” para explicar cómo están fabricadas y cómo funcionan las bolsas hidrosolubles.
Las bolsas pueden soportar hasta cinco kilos y pueden fabricarse con la misma maquinaria que cualquier otra bolsa. Están hechas del mismo material con el que se fabrican las cápsulas de lavavajillas o las gotas de remedio (colirio), el alcohol polivinílico (PVA), además de azúcares naturales.
Estos materiales no son perjudiciales ni para los seres vivos, ni para el medioambiente. Una bolsa de plástico corriente dura unos 500 años en el mar, estas se disuelven tras el contacto con agua, en apenas tres minutos y sin dejar ningún tipo de residuo. Si las bolsas no llegasen a entrar en contacto con el agua, también se disolverían en unos seis meses, por las bacterias, el sol y la humedad.
Para demostrar que el invento no es en absoluto perjudicial para el medio ambiente, cada vez que se presentan estas bolsas en congresos científicos o programas de televisión, los creadores se beben un vaso de la solución que se genera al disolverlas con agua.
Patricio Cabezas se bebe la solución formada por una de sus bolsas disuelta en agua, durante la presentación de Solubag en el programa de televisión español “El Hormiguero”
El producto inicial fueron las bolsas, pero partiendo de ahí se podrían fabricar otro tipo de objetos, como por ejemplo vasos o botellas desechables, usando fibras fabricadas con el mismo alcohol polivinílico, pero más resistentes. De hecho, recientemente la empresa ha comenzado a fabricar mascarillas hidrosolubles.
La idea de las bolsas nació en Chile, pero otros países de Latinoamérica como Argentina o Perú se interesaron rápidamente por el invento, que se está expandiendo ya por todo el continente. En 2018, Solubag ganó el Premio a la Mejor Innovación de América Latina y sus creadores han estado trabajando durante estos últimos años con empresas de la Silicon Valley de Estados Unidos.
Lo que este equipo chileno ha conseguido implica un avance extraordinario en la lucha contra la contaminación por plástico de los océanos, y es un verdadero orgullo que esta solución se haya gestado en América Latina.
Clara de Castro Casanueva
Autora del articulo