Inmigrantes turcos, Buenos Aires, 1902 – Archivo General de la Nación, Argentina
El exilio sirio-libanés: entre el Oriente martirizado y la América soñada
La singular historia de la emigración sirio-libanesa a Sudamérica comenzó a finales del siglo XIX, alrededor de 1860, con la llegada de una primera ola de exiliados orientales al Nuevo Mundo. Siria y Líbano, entonces parte de las «provincias árabes» del Imperio turco otomano, están impactados por la aparición de una violencia interconfesional entre cristianos y drusos (un grupo religioso del Islam chiíta). Estos disturbios, alimentados por las autoridades imperiales turcas, está provocando la partida de cientos de miles de sirios y libaneses, principalmente de las zonas rurales. Sin embargo, la inmigración provocada por este sangriento episodio de la historia levantina sólo representa la primera ola de inmigración sirio-libanesa a Sudamérica.
Casi la mitad de los exiliados optaron por regresar a Siria al cabo de unos años. Fue solamente después de la Primera Guerra Mundial cuando se produjo una nueva ola de partidas hacia América Latina, en la que la gran mayoría de los inmigrantes se establecieron definitivamente en su nueva patria. Esta segunda ola no se explica, a diferencia de la anterior, por la persistencia de unos disturbios sectarios, sino más bien por las dificultades económicas que atraviesan, en aquella época, las poblaciones más frágiles de Siria y Líbano.
A principios del siglo XX, tras la Primera Guerra Mundial, Francia y el Reino Unido victoriosos redibujan las fronteras de la región e imponen la autoridad mandataria francesa en Siria y Líbano. Esta época es de grandes transformaciones para la región que vive la transición de una ocupación turca otomana a una francesa. También, es la época de los inicios de la industrialización en la región, lo que perjudica a los pequeños comerciantes y artesanos que se ven privados paulatinamente de su sustento. Estos, junto con las clases campesinas, constituyen la mayor parte de los exiliados sirio-libaneses en Sudamérica.
Aunque la mayoría de los inmigrantes sirios y libaneses son cristianos, también existe una cantidad importante de drusos (sobre todo en Venezuela), alauitas (otra comunidad del islam chiíta, que vive principalmente en la costa siria) y judíos. Los musulmanes que se animan al viaje son menos numerosos pero no se quedan afuera de este gran movimiento migratorio transatlántico. Son principalmente Argentina y Brasil los países que atraen a los exiliados sirios a América Latina, aunque toda la región conoce una importante inmigración siria y libanesa, como en Colombia, Venezuela, Uruguay y en Paraguay, mientras que Chile recibe una gran cantidad de palestinos.
Los que desean embarcar para el Nuevo Mundo tienen que solicitar un pasaporte a las autoridades francesas. En los puertos de Latakia, Beirut, Trípoli y Tartus, se organizan las salidas hacia América. Siendo Marsella el primer puerto de escala, se habla rápidamente de multitudes sirias y libanesas alojándose en la ciudad con el objetivo de volver a cruzar el mar, en dirección a Buenos Aires, Caracas o Río de Janeiro.
La gran dificultad de la travesía es sin duda uno de los factores determinantes en el paso de una primera ola de migración –temporal por una parte de los exiliados– a una segunda ola de radicaciones permanentes en América latina. Durante la travesía, los exiliados son víctimas de todo tipo de tráficos y estafas y muchos no llegan nunca a América. Pero mientras que la primera ola de emigrantes no siempre iba acompañada de toda su familia, lo que les empujaba a regresar a su patria, los exiliados de la segunda ola fueron generalmente familias enteras, sin esperanza real de regresar a Siria.
Inmigrantes turcos en Buenos Aires
La lenta integración del «turco» como figura marginal
Tierras de acogida, las sociedades sudamericanas no vieron con buenos ojos la llegada masiva de emigrantes sirios. «El turco», como se le dice en América latina, refiriéndose al Imperio turco otomano, designa el emigrante árabo hablante, este terminó siendo usado a modo peyorativo en contra de los sirios y de los libaneses. Mientras que las políticas migratorias abiertas en América Latina buscan atraer una inmigración campesina, los inmigrantes sirio-libaneses rechazan mayoritariamente el trabajo agrícola y prefieren instalarse en los centros urbanos, donde se concentran en comunidades. En Argentina, la promoción de la inmigración tiene como uno de sus objetivos colonizar las tierras del norte del país, habitadas por pueblos indígenas. Finalmente, la inmigración sirio-libanesa no tiene ninguna utilidad para esta función. Se denuncia también la «decadencia» y la «corrupción racial» que importan estos exiliados orientales en países dominados por las élites blancas de Europa occidental. Argentina es donde un discurso especialmente virulento hacia los «turcos», inmigrantes marginados y despreciados, se extiende más ampliamente.
En este contexto, los inmigrantes orientales deciden organizarse en federaciones, unas asociaciones cuyo objetivo es promover la solidaridad comunitaria. Así fue que, en 1928, en Buenos Aires, se creó el Patronato Sirio Libanés, cuya misión era acompañar a los inmigrantes llegados a Argentina y ayudar a quienes decidían trasladarse a este país desde Siria y Líbano. Los intelectuales sirios en Sudamérica fueron también quienes se convirtieron gradualmente en los intermediarios entre la sociedad de acogida y la comunidad sirio-libanesa, así como en los defensores de estos emigrantes ante las élites locales.
La actitud de los políticos sudamericanos hacia la inmigración «asiática» fue cambiando progresivamente desde finales de la primera mitad del siglo XX. Los diplomáticos sudamericanos piden a las autoridades francesas en Siria y Líbano un mayor control sobre la concesión de pasaportes a los aspirantes a migrantes. Las autoridades argentinas y uruguayas, en particular, limitan gradualmente la entrada a su territorio sólo a aquellos sirios y libaneses que puedan demostrar un capital económico suficiente, generalmente mediante un billete de crucero en primera clase.
Café turco, Buenos Aires, 1902 – Archivo General de la Nación Argentina
Es la segunda generación de inmigrantes sirio-libaneses la que permitirá una relativa integración de las poblaciones exiliadas en el seno de las sociedades sudamericanas. Para ellos, el uso del árabe se perdió en favor del español. Las universidades se abrieron a estos descendientes de exiliados levantinos y un buen número de ellos se integró progresivamente en las élites políticas y económicas del país de acogida de sus padres.
Es el caso de Carlos Menem, Presidente de la República Argentina entre 1989 y 1999, hijo de inmigrantes sirios, nacido en Argentina en los años treinta. Carlos Menem es uno de los muchos ejemplos de inmigrantes orientales de segunda generación que, gracias a su plena integración en las sociedades de acogida, consiguieron llegar a lo más alto de las élites políticas y económicas del país anfitrión de sus antepasados. Gracias a sus logros en las más altas esferas económicas regionales, muchos sirios y libaneses han conseguido hacerse un nombre y romper con la actitud de las sociedades latinoamericanas hacia ellos. Venezuela sigue contando con un importante número de sirios entre sus élites, principalmente de la comunidad drusa, sobre todo en las esferas de poder del régimen de Maduro, ocupando altos cargos ministeriales y otros puestos administrativos dentro del aparato estatal venezolano.
La renovación de los lazos identitarios sirio-libaneses en Sudamérica
Hoy en día, la importancia de la historia de la migración siria y libanesa a América Latina radica en el legado cultural, social y político que mantienen los descendientes de los exiliados sirio-libaneses. Las nuevas generaciones, sobre todo en Argentina y Venezuela, están haciendo posible, gracias a su renovado interés por sus orígenes levantinos, mantener vivas las culturas sirio-libanesas tanto como la lengua, ya que las federaciones árabes (conocidas como Fearabes, para Federación de entidades árabes), fundadas por sus antepasados para proteger los intereses de los nuevos inmigrantes, se han convertido en asociaciones para la protección y el intercambio de las tradiciones levantinas. Algunas de estas federaciones organizan ahora viajes a Siria y Líbano, imaginados como auténticas peregrinaciones para quienes nunca pudieron pisar la tierra de sus antepasados.
Dado que la mayoría de los inmigrantes sirios y libaneses son cristianos, son también las Iglesias orientales, como la Iglesia maronita o las Iglesias griegas de Antioquía, las que se dedican a enseñar las tradiciones levantinas y la lengua árabe, lengua litúrgica de estas Iglesias orientales. Lo mismo ocurre con los inmigrantes de confesión drusa, alauita o musulmana que, a través de su educación religiosa, también contribuyen a mantener la práctica de la lengua árabe en estas diásporas orientales.
Hospital sirio-libanés
A la inversa, aunque algunos exiliados sirio-libaneses que emigraron temporalmente a América Latina regresaron a su patria, su experiencia americana no estuvo exenta de repercusiones una vez que volvieron a su región de origen. A la ciudad de Sweida, en el sur de Siria, se la sigue llamando la «pequeña Venezuela» por la cantidad de antiguos inmigrantes latinoamericanos que viven allí, algunos de los cuales siguen hablando español.
Muchos de estos antiguos «sirios mahjar» (del exilio, en árabe) abrieron restaurantes y clubes de baile cuya fama se extiende más allá de las fronteras de Siria. También importaron el cultivo del mate a Siria, sobre todo al sur del país y a la región costera del Mediterráneo, de donde son originarios, en su mayoría.
El estallido de la revolución siria, en 2011, tuvo un profundo impacto en las comunidades exiliadas en Sudamérica. El inicio de la Primavera Árabe provocó el despertar de una conciencia política nacional entre las diásporas sirias en América Latina, organizándose manifestaciones de apoyo al régimen sirio de Bashar Al-Assad desde Buenos Aires hasta Caracas. Estos acontecimientos, lejos de ser aislados, sirven para poner de relieve el duradero apego de millones de sirios en América Latina a la tierra de sus antepasados, un apego a su identidad que se despierta por consideraciones políticas. El fuerte arraigo de las federaciones árabes en la diáspora siria sudamericana fue una herramienta del régimen de Bashar Al-Assad en la difusión de propaganda gubernamental, siendo algunas de estas asociaciones hábilmente pilotadas por conocidos partidarios del presidente sirio en la región.
Se calcula que en la actualidad son unos diez millones los sirios y libaneses «expatriados» en toda Sudamérica. Manteniendo tanto la memoria de sus antepasados como el apego a su tierra natal, constituyen una comunidad a menudo desconocida fuera de América Latina, a pesar de su fuerte arraigo en las esferas culturales, políticas y económicas de Sudamérica.
Yamane Mousli
Traducción de: Emma Céline Rotella