LA SAL DE BARCELONA 1977

No entiendo mucho de política, pero es horrible vivir en la clandestinidad y el partido es lo primero. Por ahora, Pedro y yo vivimos de aquí para allá. Me temo que cualquier día tengamos que coger las maletas para la frontera, aunque la gente comience a estar harta y dispuesta a luchar. Somos muchos: socialistas, comunistas, trotskistas, maoístas, anarquistas. 

Ya se lo repito: —Si os apiñarais—. Sin embargo cada partido parece tener su exclusiva verdad. Tampoco me considero tonta, pero son capaces de discutir durante horas sobre Marx y El Capital. Ya tengo bastante con las reuniones a las que asisto que, si son muy instructivas, no puedo aportar demasiado. Mecanografío, corrijo textos, colaboro en lo que puedo y tengo suerte de estar dando clases de recuperación a un muchacho hasta el final del verano; eso hace sentirme mejor. No está bien decirlo, pero la mayoría de las compañeras leen poco. No saben quién es Neruda, Miguel Hernández o León Felipe. No pienso que sea imprescindible, pero estoy persuadida que la libertad se encierra en los libros. Tampoco son todas así, existen otras muy combativas, cultivadas, pero no vienen a nuestras reuniones; somos nosotros quienes vamos a sus locales.

LaSal es estupendo, el primer bar feminista en Barcelona. Resulta extraño entrar y ver tanta mujer junta, bebiendo, fumando, conversando. Me siento tan cómoda y existen tantas cosas en común. No es nada racional, me son simpáticas porque sí. No sé, debe de ser algo ancestral, una memoria genética, si la hubiera. Pedro las admira. Tengo que confesar que a veces siento celos. No de una en concreto, sino del grupo, de lo que representan, esas maneras desenfadadas, altivas, seguras. Cuando son extranjeras se nota mucho, no sólo en el físico sino en sus formas, con cuatro trapos están arregladas; en cómo se expresan: tan abiertamente, aunque también existen “las insufribles”, quienes son muy intransigentes y tienen fama de sáficas. Cosa que me preocupa poco, aunque son aceptadas a medias en el colectivo masculino. Con no ir por sus locales, está solucionado, nadie les obliga. Pero son inevitables los comentarios de mal gusto. Una tarde me animaré a ir a un taller o cursillo de LaSal. Me da la impresión que me aportarán algo más próximo a mí misma, porque los anticonceptivos, el divorcio, el aborto, son temas eternos y, en Inglaterra, Alemania o Francia, hace la pila que esas libertades están vigentes, aunque el otro día leí para mi asombro que fue en 1946 cuando las francesas obtuvieron el derecho al voto. No sé por qué razón creía que había sido mucho antes.

 Yo quiero mucho a Pedro y me gustaría tener una familia, pero me siento como si no tuviera vida propia, vivo, en cierta manera, a través de él, como si fuera un reflejo.   

—Diga… ¡Por Dios!, Pedro, al fin ¿Ha pasado algo, hace tres horas que te espero?… ¿Cuándo ha ocurrido?… Entonces, te va ser imposible venir… Lo mejor será que abandone la habitación a primera hora… No, me vuelvo inmediatamente, quiero estar contigo… La verdad es que no tengo muchas ganas de comer… Porque me lo pides. Te lo prometo; saldré aunque sea a tomar un bocadillo y una cerveza… Sí, he visto a Ramón. Nos esperaba a los dos, pero ya le he dicho que te había parecido más prudente que hiciéramos el viaje por separado. Llegará el miércoles. De acuerdo, dejamos las cosas tal como las habíamos previsto, sin ningún cambio. 

La Sal. Café - Bar de 1977 en Barcelona, sus encuentros artísticos y políticos
Pilar Mata Solano

Pilar Mata Solano