© xennex   –   Zapatistas, pintura de José Clemente Orozco (1931)

Las reflexiones de Octavio Paz sobre México se detuvieron en el umbral del siglo XXI, cuando murió en 1998, pero nos han dejado muchas certitudes sobre las que caminar con nuestros propios pasos. En dos de sus libros mayores, El laberinto de la soledad y Posdata, el ensayista interrogó, no sin audacia, el sentido de esta manifestación en el tiempo, el espacio y la historia que reagrupamos bajo el nombre enigmático y sonoro de México; nombre que codifica bajo esa X a la vez ortográfica y matemática –como lo había visto Alfonso Reyes– una incógnita a resolver.

Octavio Paz y México: encuentro en el laberinto

© El Café Latino   –   Octavio Paz y la Virgen de Guadalupe

A lo largo de estas obras participamos en un maratón crítico que va de las antiguas culturas mesoamericanas –de las que los aztecas son sólo el prólogo de una historia que data de antes de la era cristiana– hasta las encrucijadas del Estado moderno en el siglo XX. Si en El laberinto se trata en gran parte de una meditación sobre el temperamento del mexicano visto a la luz de su historia –relación entre el individuo y su sociedad–, en Posdata Paz expone las paradojas y contradicciones de un país que ha vivido y sobrevivido a la primera revolución social del siglo XX, aquella que le abría el camino a una modernidad escamoteada, permaneciendo sin embargo un país irreductible al modelo de sociedad y de valores preconizado e impuesto por su vecino, los Estados Unidos. Es con pesadumbre que Paz constata en los años setenta: «No hemos sido capaces de crear modelos de desarrollo viables y que correspondan a lo que somos». La relación con el otro en el plano político no debería ser de sumisión, y tampoco llevar a una imitación grosera de modelos concebidos en otras partes, error bastante conocido por los países latinoamericanos desde el siglo XIX.

Octavio Paz y México: encuentro en el laberinto

© Hugo Bernamonti   –   Pirámide de la Luna, Teotihuacán

Incluso señalando las desviaciones de su política, México representa a los ojos de Paz una respuesta, casi un desafío a la tendencia de los tiempos: si los españoles quisieron crear la Nueva España, México se rebeló muy pronto más bien como Otra España; si los Estados Unidos presumen su falta de pasado, su novedad radical, México reivindica una historia milenaria. « La alteridad nos constituye». Se ve claramente que esta alteridad depende de su propia diversidad pues es un territorio de casi dos millones de km2 donde se hablan 68 lenguas. Pero hizo falta que la sociedad mexicana osara verse a sí misma para poner en acto las fuerzas creadoras que muchas conciencias fueron a buscar: Benjamín Péret, André Breton, Antonin Artaud, entre otros. « La Revolución mexicana –dice Paz–, al descubrir las artes populares, está en el origen de la pintura moderna de Rivera y Orozco; al descubrir el lenguaje de México, creó asimismo la nueva poesía».

Octavio Paz y México: encuentro en el laberinto

© Hugo Bernamonti   –   Epopeya del pueblo mexicano (1929 – 1935), mural de Diego Rivera, Palacio Nacional de México

En consecuencia, la crítica de Paz fija su blanco justamente en la ceguera de México de cara a la alteridad.

Para él, la tarea más imperiosa del mexicano –en efecto, se dirige a cada uno– consiste en salir de su encierro, de la autorreferencia asfixiante. Así, la relación entre los individuos en una sociedad todavía hoy muy clasista se convierte en un tema serio para el moralista que es Paz: «No sólo nos disimulamos a nosotros mismos… también disimulamos la existencia de nuestros semejantes. No quiero decir que los ignoremos o los hagamos menos, actos deliberados y soberbios. Los disimulamos de manera más definitiva y radical: los ninguneamos. El ninguneo es una operación que consiste en hacer de Alguien, Ninguno». Acaso podemos encontrar en esta formulación el origen de que en México, por así decir, haya más fantasmas que individuos, de donde la “pesadilla de sangre”, como lo consigna y profetiza él mismo en Posdata. Pues al interior de México, explica Paz, hay otro México, al que el desarrollo y el progreso han despreciado. Por supuesto, no se trata de conducirlo hacia la trampa del progreso tal como se concibe en otras partes, sino sobre todo de escucharlo. «Este México, si sabemos nombrarlo y reconocerlo, terminaremos por transfigurarlo.» El poeta que enseñaba que para hacer versos era más importante escuchar que decir, hace aquí un llamado a un diálogo que implica de suyo poner en tela de juicio la superioridad o inferioridad de unos y otros. La necesidad de entendimiento –el gusto por el descubrimiento del otro, también–, he aquí el camino para salir del laberinto, tanto como se pueda.   

Octavio Paz y México: encuentro en el laberinto

© El Café Latino   –   Octavio Paz en Aix-en-Provence

NORIA David

NORIA David

Doctorando en la Sorbona, poeta y ensayista