No quiero entregarles una reseña ―ni me gustan porque desvelan a menudo demasiado el argumento. Basta con saber que es une película hermosa, filmada con una sobriedad y sinceridad no exentas de cierto cariño hacia todos los protagonistas. Merece todo nuestro apoyo y respaldo para el Óscar ¡Vayan a verla!

Sin embargo, no deja de ser una crítica mordaz de la que nadie sale ileso, y quisiera destacar a continuación cuales son las víctimas de la ironía de Simón Mesa Soto.

Un Poète

Presentación humorística e irreverente de la plantilla en once arquetipos (la revista El Café Latino no se hace responsable de los comentarios entre paréntesis):

  • Los del mundo laboral, que le exige a uno abandonar toda poesía (o abandonar el empleo, ya que como bien se sabe, poeta=desempleado);
  • La familia que le tiene cariño a uno pero que lo termina castrando (¿acaso sería mejor lo contrario?)
  • Los “dizque” poetas, que acabaron montando un negocio (¡y malo, pa’qué!);
  • Los patrocinadores, que se compran una buena consciencia con su inversión cultural (poscolonialismo con una sonrisa predadora de agregada cultural);
  • Los aprendices poetas, gomelitos intolerantes y falsos que no aceptan a los que no pertenecen a su mundo (¿hipocresía de clase dominante?);
  • El indigenista falaz, que reproduce en la célula doméstica parte de la opresión que él mismo denuncia (¿malicia indígena?);
  • El establecimiento artístico-cultural en su conjunto que, para entregarle el reconocimiento a una candidata de extracción humilde, le pide que corresponda a los prejuicios y que refleja la imagen caricaturizada que se proyecta sobre los de su condición social (y por favor, no se salga del papel);
  • La adolescente de barrio humilde que no quiere forzar su talento y no aspira a más (aunque hay algo de sabiduría en esta actitud si no se pone completamente al arte de lado);
  • La familia codiciosa, dispuesta a sacrificar la verdad y un inocente para obtener un beneficio económico, aunque no tan dispuesta a esforzarse y a trabajar (alias sanguijuela);
  • El varón con su prehistórica tendencia a cascar su prójimo cuando se le acaban las palabras y en nombre de una supuesta reparación de una afrenta (véase: crimen de honor);
  • El propio poeta, inmaduro e infantil, que se hunde en la desdicha, e insiste en embarrarla, convencido que sólo de ahí brota el arte (con razón sólo existe un José Asunción Silva).

Así que nadie queda ileso, pero todas y todos son tratados con humanidad y comprensión por sus contradicciones a través de la mirada sensible del director. Una gran película.

Elias S. Demang

Elias S. Demang