Cuando los turistas visitan Bogotá van a la Candelaria, centro colonial en donde está la plaza de Bolívar. El ombligo político y social de un país centralizado como es Colombia.
Al visitar el centro histórico, su arquitectura da la impresión de estar en una ciudad española. De los Muiscas 500 AC-1539 DC, no quedó casi nada. No eran constructores, ni tenían religión. Tenían amplias rutas comerciales con sus vecinos, vivían en confederaciones y en la abundancia. Bañaban al Zipa cubierto de oro, en la laguna de Guatavita cuando tomaba posesión de su cargo. Esto inspiró la leyenda del Dorado. Estas tierras que ahora se llaman Colombia, “la tierra de Colón”, aunque ni Colón ni ningún rey vino. Tuvieron que pasar 484 años para que un rey visitara Colombia.
Se dice que Gonzalo Jiménez de Quesada fundó Bogotá. Frente a la universidad del Rosario está la estatua de Gonzalo. Regalo de España a Bogotá para festejar los 400 años de su fundación, fue realizada por Juan De Ávalos, escultor del régimen franquista. Ha sido a menudo vandalizada, sobre todo cuando ha habido manifestaciones. Aquellos que hayan leído la historia entenderán que Quesada no es aquél que algunos describen. Sus tropas diezmaron comunidades prehispánicas enteras.
El final de su vida fue poco glorioso si es que ese pasaje de la historia lo enseñan aún en los colegios. Acusado de crímenes y de malos tratos a indígenas, se fue a España en 1539 con el botín recuperado en nombre del rey a limpiar su honra como buen abogado que era. Al estar compuesto de oro y esmeraldas robados, le permitieron asegurarse 12 años de tranquilidad. Cuando regresó a Bogotá sin el título de gobernador que tanto deseó, Carlos V había oído tantas atrocidades que solo le dio un título de administrador de la ciudad y de mariscal del nuevo reino de Granada. Aunque por su reputación, se le pidió ir hacia los Llanos, para seguir buscando el Dorado. Su expedición salió de Bogotá en 1570 y fue un fracaso total. Arruinado y endeudado se retiró a Mariquita. Murió de lepra en 1579.
En vida, aunque fue famoso, no lo fue tanto como para hacer de él una figura tan importante. Su estatua representa el orden colonial en un país independiente desde hace dos siglos. Como él, en casi todas las ciudades de América latina hay estatuas de colonizadores. Representantes de una historia escrita con sesgos por los cronistas de la época.
Muchas ciudades de Estados Unidos, desde la muerte de Georges Floyd en mayo del 2020, derribaron estatuas de confederados y de Colón, que la historia considera como ambiguos. Profundos debates sociales hicieron eco en los países anglosajones pero no en los latinoamericanos.
En septiembre del 2020 los Misak (indígenas del Cauca) derribaron la estatua de Sebastián de Belalcázar a quien los cronistas describieron como culpable de crímenes de guerra. En el morro del Tulcán se esperaba la estatua del cacique Payán y no la de Belalcázar que fue puesta de un día para otro. El morro cuenta con un complejo religioso prehispánico.
En Francia, el debate sobre las estatuas también se dio aunque esterilizado por las declaraciones del presidente que afirmó que “la república no borrará ningún rastro ni nombre de su historia”. En Francia hay aún símbolos visibles de colonialismo, racismo y exclusión.
En Colombia se restauran y limpian estatuas coloniales con dinero público que quizás podría servir para otras finalidades. La ciudadanía, al desconocer el simbolismo de esas estatuas, se acostumbró a verlas como parte del paisaje.
Londres decidió estos últimos días quitar estatuas de personajes vinculados con la esclavitud, una forma de protegerse y de cerrar de cierta forma este debate que todos quieren olvidar.
Juan Duputel
Asociación UMSTANDA