© Lucía Durán
Escrito por Camilo Gómez Durán
Lucía Durán, quien naciera en 1925 en Bogotá, cultivó un corazón amplio y amoroso durante una infancia y una adolescencia feliz en la finca de su padre, Chucundá. La mirada del mundo que la animó durante sus primeros años, se enfocó en los pueblos de estilo colonial que visitaba en sus viajes a la finca, en las gentes de espíritu naif y generoso del campo, y en los animales domésticos que amaba. A los diez y siete años, su padre le dio la opción de irse a estudiar pintura a Italia, pero ella optó por casarse con mi padre, nacido en la provincia, y quien se hizo abogado en la ciudad de Bogotá, donde se conocieron.
La Serenata
El colegio de las monjas
De sus siete hijos, trágicamente perdió a una hija y a un hijo en 1988 y 1991, respectivamente. En una visita reciente a Colombia, encontré un tesoro con diapositivas de algunas de sus primeras pinturas. Todas las fotografías producidas profesionalmente de su trabajo de mi autoría, y un par de las pinturas de su autoría que me había regalado.
La plaza
La pelea de gallos
Ella comenzó a pintar profesionalmente sobre lienzo a los 55 años, exhibiendo su trabajo en Bogotá, Medellín, Cartagena y París. Es posible que haya realizado al menos 200 refinadas pinturas naif entre 1980 y 2005, su período más productivo. Desde el inicio, produje un inventario fotográfico de las representaciones inspiradas en su infancia.
La plaza de mercado
Mi madre murió en 2018 a los 93 años. Contrastar la cercanía que mi madre y yo tuvimos, con la fineza colorida de su trabajo que transpira verdad, y en lo que simbolizó para su descendencia en los años postreros de su vida, me obliga a escribir un poco de su historia, no solamente como un homenaje a su arte, sino también, como un campanazo social para todos aquellos que tienen genitores mayores: La madre, la abuela, la bisabuela.