El 11 Congreso trienal del Consejo Europeo para la investigación en ciencias sociales de América Latina (CEISAL) se celebró por primera vez en París, en el Campus Nation de la Sorbonne Nouvelle, del 2 al 4 de junio de 2025.
Esta edición, organizada por el IHEAL, el CREDA y el Instituto de las Américas, se centró en la justicia social, ambiental y climática, reflejando los principales conflictos que han afectado a América Latina durante más de diez años. Conflictos que se traducen de manera desigual según los países y los grupos sociales en esta región del mundo.
Más de 500 participantes de 40 países presentaron su investigación sobre 13 temas variados en un evento de tres días que reunió a investigadores, especialistas, artistas y activistas sobre interrogantes sociales, culturales y políticas en América Latina.
Esta asamblea tuvo el propósito de visibilizar y ampliar las perspectivas de realidades «otras», las de América Latina, poniendo en primer plano iniciativas concretas o bien investigaciones innovadoras en los sectores sociales o medioambientales. También fue una oportunidad para reafirmar que la investigación académica interdisciplinaria es un pilar fundamental de las luchas sociales.
Entre los cientos de conferencias y simposios del congreso, una de las más destacadas en mi opinión fue: «Racismo ambiental y esclavitud moderna en la agroindustria abacalera, el caso Furukawa en Ecuador» (Racismo ambiental y esclavitud moderna en la agroindustria abacalera, el caso de Furukawa en Ecuador) dirigido por la investigadora Rossana Torres. Este caso muestra cómo, durante más de 60 años, la empresa Furukawa explotó a 1.244 personas afrodescendientes en condiciones cercanas a la esclavitud para cultivar abacá, una materia prima que el Ecuador es el segundo exportador mundial. En 2019, la Defensoría del Pueblo denunció una «servidumbre de la gleba», revelando un racismo estructural persistente. En 2024, después de 6 años de lucha y una decena de muertes, el Estado reconoció su responsabilidad, con una disculpa oficial prevista para 2025. Este caso emblemático muestra cómo las poblaciones afrodescendientes están precarizadas e invisibilizadas al servicio del mercado global.
Esta problemática marca un precedente importante, pero no es un caso aislado. Un ejemplo de ello se abordó en la sesión plenaria titulada: «Injusticias de la transición «justa» perspectivas desde el pueblo Wayuu, Colombia» (Injusticias de la transición «justa»: perspectivas del pueblo Wayuu, Colombia). En la Guajira colombiana, el pueblo Wayuu se opone a la implantación de 57 parques eólicos, denunciando «un extractivismo verde» que desfigura su territorio sagrado. La antropóloga Astrid Ulloa, basándose en un estudio profundo sobre el terreno con poblaciones indígenas, revela cómo estos proyectos imponen violencias socioespaciales y temporales, perturbando sus relaciones ancestrales y ritmos naturales. Las mujeres Wayuu, apodadas «Amigas del viento», reivindican una racionalidad ambiental basada en su cosmovisión. Sus luchas denuncian una violencia epistemológica y un «capitalismo verde» despolitizando las resistencias indígenas. Frente a estas injusticias multiescalares, los Wayuu exigen «una política de rechazo» y el reconocimiento de sus derechos territoriales y culturales.
Conferencia Injusticias de la transición «justa» perspectivas desde el pueblo Wayuu, Colombia
Estos dos ejemplos, sobre temas y países diferentes, revelan particularidades comunes: el caso Furukawa en Ecuador y los parques eólicos en el territorio Wayuu en Colombia ponen de relieve una misma matriz de explotación. En ambos casos, poblaciones históricamente racializadas y a menudo empobrecidas – afrodescendientes e indígenas – sufren nuevas formas de desposesión en nombre del progreso económico o ecológico. El extractivismo moderno es un legado de la colonialidad que sigue sacrificando a las clases populares perpetuando violencias, invisibilización y desigualdades estructurales.
La búsqueda de la justicia social, ambiental y climática en América Latina interpela no solo a la región, sino al mundo entero. Nos desafía a repensar nuestras formas de conocimiento y acción, invitando a derribar las fronteras patrióticas y jerarquías del saber para escuchar y reconocer la dignidad de todos los pueblos sectorizados. Las resistencias afrodescendientes e indígenas frente al extractivismo revelan que el costo humano del “progreso” es una realidad global que nos convoca a imaginar horizontes compartidos donde Europa y América Latina se piensen juntas, promoviendo una ética transformadora que reivindique la vida y los derechos en cualquier contexto social.

Amanda Merino
Texto y fotos por Amanda Merino