© Alexandre Nessler
Los «cobradores» son un elemento esencial de la capital peruana. Encargados de atraer a los pasajeros a los autobuses y recaudar su dinero, su día a día consiste en incontables horas de trabajo tan repetitivo e interminable como físicamente exigente.
Reportaje fotográfico desde el corazón de la extensa red de autobuses limeña.
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Lima es una capital sobrepoblada de 12 millones de habitantes, congestionada diariamente por 2 millones de vehículos de motor. Posee una red de autobuses de proporciones desmesuradas: 400 líneas, 22.000 vehículos, propiedad de más de 300 empresas. A modo de comparación, la propia París cuenta con 61 líneas de autobús.
En primera línea de esta gran cantidad de vehículos motorizada, los cobradores llevan su melancolía aferrados a las puertas de los autobuses y furgonetas que surcan la ciudad. Con un pie dentro y el otro colgando sobre el asfalto a su paso a toda velocidad, revolotean en busca de pasajeros potenciales que aguardan al borde de la carretera, normalmente en los cruces de calles, a la espera del autobús que les guiará a través de la jungla limeña.
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Lima es una megalópolis con una red de transportes extensa y desorganizada. La falta de paradas adecuadas, de mapas claros de las rutas y el riesgo de atascos monstruosos a todas horas hacen que desplazarse sea un caos para sus habitantes.
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En este caótico contexto, los cobradores y cobradoras tienen todos los días la misma misión: llenar de pasajeros el autobús que se les ha asignado. Y eso empieza con la voz. En la ventanilla del autobús, con la puerta abierta de par en par, o en el suelo en los cruces estratégicos de las principales avenidas, corean los nombres de las principales etapas del viaje, intentando hacerse oír por encima del rugido de los motores y de los competidores. Una vez que los pasajeros se han instalado en el vehículo, también es su trabajo recaudar los ingresos del billete, que varían en función de la duración del viaje de cada pasajero. Deben estar atentos a los defraudadores que se esconden en la parte trasera del autobús o que pagan el billete mínimo por un trayecto que dura el doble de lo previsto.
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No se requieren cualificaciones ni conocimientos técnicos para ser cobrador. Por tanto, está abierto a cualquier persona que goce de buena salud. Por otro lado, se trata de una profesión poco regulada, mal supervisada y mal pagada, que obliga a quienes la ejercen a dedicar incontables horas, atrapándoles en una rutina diaria agotadora y monótona de la que es difícil escapar.
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Las jornadas de trabajo son interminables, comienzan al amanecer y terminan mucho después de la puesta del sol.
Ada, una cobradora de Lima: «Me levanto muy temprano para estar en el taller a las 3.30 de la mañana. Tengo que llegar temprano para poder reservar y programar con el conductor un autobús de la empresa. La hora de salida está fijada entre las 5.30 y las 7 de la mañana, porque la empresa tiene 80 autobuses en esta ruta, que salen uno tras otro, con pocos minutos de diferencia. Así que podemos dormir en el autobús mientras esperamos la salida. Tenemos que hacer 2 viajes durante el día. Sabiendo que un viaje de ida puede durar hasta 4 horas, debido a los atascos, a veces terminamos después de las 9 de la noche. Trabajamos todos los días, y el descanso que nos tomamos es cuando sentimos que no dormimos lo suficiente para trabajar.»
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«En un buen día, podemos llegar a ganar 150 soles cada uno (1 sol peruano = 0,25 euros). ¿En un mal día? Ha habido veces en que los dos sólo hemos ganado 50 soles (unos 12,50 euros), o sea, 25 cada una…». Ada, cobradora.
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Puede que Ada y Roni, el conductor, trabajen todos los días para la misma empresa de transportes, pero no son asalariados. Su sueldo depende totalmente de lo que ganen ese día. Del dinero total recaudado, tienen que pagar una parte a la empresa para el mantenimiento del autobús y la gasolina, y dividir el resto entre los dos. Llevan tres años trabajando por parejas, y están unidos, para bien o para mal, en este tanque metálico que es su forma de ganarse la vida.
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El enorme volumen de horas de trabajo, la ausencia casi total de vida personal, la repetición de micro tareas y la exposición constante al infierno de los atascos sumen a menudo a los cobradores y cobradoras en un spleen comparable al descrito por Serge Gainsbourg en Le poinçonneur des Lilas. Están omnipresentes en el fresco visual y sonoro de Lima, y son los fieles compañeros de los viajeros habituales u ocasionales. Sin embargo, siguen siendo invisibles para muchos pasajeros y su vida cotidiana es en gran parte desconocida.
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«Dejé la escuela demasiado pronto y ahora es lo único que me queda». Enzo, 23 años, cobrador desde hace una década…
Para Enzo, de 23 años, los remordimientos ya están ahí y el futuro es poco atrayente en una vida que parece un día sin fin: «Empecé a trabajar a los 13-14 años, porque era fácil y tentador poder ganar dinero por tu cuenta. Dejé los estudios demasiado pronto y ahora es lo único que me queda. Trabajas demasiadas horas por tan poco dinero. Trabajo de las 7 de la mañana a las 11 de la noche, todo por 100 soles (unos 25 euros).»
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Una ley gubernamental prohíbe ahora que los autobuses circulen con la puerta abierta, por razones de seguridad. Sin embargo, el trabajo de cobrador y la necesidad de subir a los pasajeros rápidamente y en cualquier punto de la carretera dificultan el cumplimiento de esta norma al pie de la letra. Todos los días, los cobradores desafían las normas y se arriesgan a una multa de 330 soles.
Enzo: «A veces no puedo evitarlo. Intento no dejar la puerta demasiado abierta y estar atento a la presencia de la policía. Pero a veces ocurre y sabes que vas a perder la mitad de tu paga del día.»
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Algunos conductores deciden trabajar solos y prescindir del cobrador. Así que se encargan de todo: conducir el vehículo, atraer a los pasajeros con la voz a través de la abertura de la puerta y recogerlos cuando suben al autobús. Para esta última tarea tienen que ser excepcionalmente hábiles, manejando el volante con una mano y el cambio que hay que dar con el billete con la otra. Esto requiere un nivel de concentración difícil de conciliar con el volumen de horas de trabajo, e implica riesgos evidentes de accidentes de tráfico.
En 2023, más de 400 personas perdieron la vida en accidentes de tráfico en Lima.
La mayoría de los autobuses de Lima están obsoletos porque son viejos y carecen de cinturones de seguridad.
La ciudad de Lima lleva muchos años intentando modernizar y reforzar su red de transporte. En 12 años se han construido 2 líneas de metro y están previstas 3 más. También se han introducido autobuses con carriles reservados, y la ciudad intenta renovar su envejecido y contaminante arsenal de furgonetas y autobuses largos.
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«Soy (…) el tipo al que se conoce y nunca se mira. » Serge Gainsbourg en Le poinçonneur des Lilas.
Alexandre Nessler
Traducción: Hugo Bernamonti