Extracto del libro : La peau des nuits cubaines. Éditions Gallimard. 

“Calle Aranguren, en la vereda húmeda, unos chicos juegan con carretas de madera con las que bajan rodando alocadamente la calle cuesta abajo. Son esos carros pequeños de niños pobres como los que había en mi infancia en Cyrtha, improvisados con rulemanes fabricados con canicas y con unas tablas para hacer de cuenta que eran los bólidos de nuestros sueños. 

Invitados por Liannis, una de las camareras de L’Ispahan y amante ocasional de Chaytan, entramos en la casa donde vive su hermana quien nos recibe como si fuéramos parte de la familia. Ella nos conduce a un pequeño cuarto sin ventanas con las paredes empapeladas de blanco y recubiertas de telas coloridas. En ese ámbito, unas muñecas simbolizan las divinidades de la santería. 

Por el suelo, sobre una alfombra, un trozo de madera groseramente esculpido representa a Changó, el dios de la guerra. A los pies de este Olimpo se han colocado las ofrendas, pasteles y bebidas, así como una cestita destinada a recibir el dinero de los visitantes. A un lado de la cesta, una campanilla que se puede agitar para atraer a los santos.    

Entramos, uno detrás de otro, para postrarnos frente a los dioses. Incrédulo, deposito mi óbolo más que nada en honor a mis huéspedes. Chaytan, por su parte, hace sonar la campanilla antes de persignarse. Cuando llega el turno de Ely, esta sacude tres veces el pequeño artefacto antes de incorporarse. Acto seguido, todos los miembros de la familia de Liannis, algunos vestidos con el blanco que llevan los novicios, se ponen de rodillas o se arrojan de bruces frente a las divinidades. 

Los santos de la santería representan los elementos de la naturaleza, los orishás, como me explica Chaytan. Changó es el dios del rayo y de la guerra; Ochún, la diosa de los ríos y de la femineidad; Babalú Ayé protege de las enfermedades como San Lázaro. La religión católica ha llegado para injertarse en este panteísmo destinado a guiar a los vivos en el mundo espiritual de dioses y diosas de Nigeria, importados a Cuba por los esclavos que llegaron hacinados en los barcos de la muerte. Los sobrevivientes avistaron  tierra para morir luego en los campos de caña de azúcar. 

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La hermana de Liannis me autoriza a filmar la ceremonia. 

Un percusionista se instala en el cuartito con un tambor que bate ritmos cada vez más complejos. La música va in crescendo hasta volverse insoportable. El sobrino de Liannis, un niño de siete años, está obligado a ser espectador de esos terroríficos retorcimientos corporales. Lo único que desea es salir corriendo a la calle para ir a jugar con sus amigos; su madre lo agarra de la camisa. Deberá escuchar hasta el final el batifondo que le está destinado con el fin de dar con el orishá que lo guiará por los meandros de su vida. Cada orishá es convocado por un ritmo especial que el maestro de ceremonia va modificando con una ciencia que ignoro. 

Me desintegro por el calor. 

¿Es posible que un orishá me descubra? ¿Tal vez Obatalá, la diosa de la creatividad y de los sueños? ¿O Babalú Ayé, el exiliado leproso que protege y cura? Sin embargo, difícilmente los dioses se equivocan de víctima. 

Mi cuerpo se transforma en tambor. Los ritmos violentos me desgarran. Mi corazón explota a cada golpe que el brujo asesta en la caja de su tambor. Aceleradas cadencias infernales que por momentos se apaciguan para luego resurgir con aún más virulencia. Es un caos insufrible. Ely y Chaytan se salvaron hace tiempo. Tras algunos minutos de ese escándalo, apago mi cámara y salgo a hurtadillas. En la calle Aranguren todo me resulta patas para arriba.

¡Es increíble!

Chaytan me da una botellita de agua demasiado caliente como para calmar mis nervios. 

Espera, aún no has visto nada, me dice. 

¿Todavía no terminó?

¡Esto va a durar varios días! ¡Están completamente locos! ¡Son locos!

Me siento al lado de Ely para conversar con ella acerca de la santería, que no entiendo. Es la primera vez que la joven presencia una ceremonia de santos. Eso me sorprende un poco; ella agrega que Regla es el centro espiritual de la isla donde a menudo emerge la locura.   

El patrón tiene razón, dice ella riéndose. Los cubanos están chiflados. 

¡Yo te lo había dicho bien claro! Tú no quieres creerme. ¡Son unos ladrones y unos enfermos mentales!

Nunca terminaré de agradecerte lo suficiente, Chaytan. ¡Gracias a ti tengo una película infernal!

¡Yo tengo una migraña infernal!

Toma una aspirina.”

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Salim Bachi

Salim Bachi

Escritor