Cuando “alguien” nombra o define su accionar con frases como: “este es el gobierno del cambio”, creo yo, no sabe o no tiene mucha experiencia con lo que sucede cuando hablamos o proponemos que el cambio será lo que nos guiará. Este artículo tiene que ver con el cambio a raíz de la problemática que supone, para aquellos que proponen cambios, cuando estos no se dan como los quieren y terminan “idiotizando” a los que se resisten.
Veamos este diálogo:
A. Le propongo esta reforma
B. No la acepto, es demasiado radical e inapropiada.
Aquí podemos tomar dos caminos; veamos uno de ellos:
A. Con su «no» está demostrando… (aquí podemos usar cualquier argumento descalificador)
B. No señor, todo lo contrario, es usted con esta propuesta el que está demostrando su … (aquí usará a su vez cualquier argumento descalificador)
Esto nos lleva a situaciones de fuerza, de eliminación del contrario, de total rompimiento.
Veamos ahora, el otro camino:
A. Me pregunto ahora, ¿Qué es lo que a usted le impide aceptar mi propuesta de cambio? ¿Podemos ahora dedicarle un tiempo a analizar sus razones del «no»?
B. No crea que será fácil, yo no me dejo convencer fácilmente.
A. Me parece importante que asi sea, porque yo tampoco voy a ceder fácilmente.
Aquí, al parecer, podremos encontrar alguna buena solución para ambos, todo dependerá de lo que, para cada uno de estos actores, signifique cambiar. No se trata de solo conciliar, como muchas veces se piensa. Para llegar a la conciliación requerimos preguntarnos sobre como entendemos esto de cambiar. Sino hacemos esta tarea, lo que llamamos conciliación no se dará de manera completa.

Todos nosotros, no importando estado, lugar o tiempo, nos vemos presionados de múltiples maneras a cambiar. Este se nos presenta a veces de manera planeada, otras de improviso, pero siempre nos coloca frente a una pregunta que debemos resolver pronto: ¿Cambio o no cambio? Nos encontramos frente a las dificultades que supone hacerlo y a la dificultad para establecer sus resultados. Surgen muchas preguntas, pero la que deberíamos hacernos es una: ¿De qué trata el cambio? Pregunta que no nos hacemos porque nos interesa saber cómo lograr que los cambio no fracasen.
Explicarnos los fracasos no establece la vía para evitarlos, ya que no existe, como decía mi padre “una contra” para los fracasos, ese remedio que sólo al untarlo cura de inmediato. Esperamos que los cambios se den en los tiempos y en la medida en que los proponemos. Todo el esfuerzo se concentra en evitar, en anticiparse, en manejar a los que se van a resistir, ya que el éxito del cambio está allí.
Me acuerdo del pedido que me realizó un gerente al invitarme a gestionar un proceso de cambio en su empresa, me dijo: “Lo único que le pido es que haga todo lo que necesite para que nadie se resista a este proceso de cambio”. Orientamos nuestros esfuerzos en tratar de que no aparezca muy fuerte o poderosa la resistencia al cambio. Esto dirige nuestras acciones al diseño de estrategias para su reducción. Inician estas por presentar el cambio como algo beneficioso, necesario, indispensable, así queda lanzado el mensaje que consideramos indispensable para el éxito del cambio: Aquel o aquellos que se resistan a nuestra propuesta de cambio no quieren los beneficios que el cambio propone para la mayoría, por lo tanto, son “enemigos” de la organización, del grupo, del país.

El que un cambio sea beneficioso o no, depende de aquel a quien el cambio le implica o afecta. No es el que propone el cambio quien establece la validez de estos beneficios, es el receptor del cambio quién los reconoce o no. No podemos basar el cambio en la objetividad del que lo propone, es necesario construirlo desde el que lo escucha. También es necesario que el que propone el cambio tome consciencia de que él también está bajo su propia objetividad, deberá estar dispuesto a moverse de allí, a reconocer que él también está implicado.
La necesidad de comprender el cambio, de respondernos la pregunta sobre de qué trata el cambio es una necesidad sentida por todos aquellos interesados en comprender las razones por las cuales los procesos de cambio fracasan al no lograr los resultados deseados. Comprender el cambio inicia reconociendo que los fracasos surgen en las soluciones intentadas, de la manera en que los proponemos. Lo cual supone registrar que la realidad propia nos atrapa. Debemos poner en duda que el cambio que proponemos es beneficioso para todos. Aquí es donde aparece la resistencia al cambio como indicio de que estamos proponiendo un cambio. Si nadie se resiste no estamos proponiendo nada diferente a lo que ya se hace. ¡Un cambio es un cambio para mí se me genera decirle no!
Lo que debemos esperar al proponer un cambio y sus beneficios, es que alguien se nos oponga y en lugar de molestarnos por ello, debemos alegrarnos. Se trata de no usar nuestra objetividad como argumento para obligar. Al proponer un cambio lo que estamos haciendo es invitar hacia lo irracional, a poner en duda la objetividad, tanto del que lo propone como la de aquellos que son invitados a asumirlo.
Toda propuesta de cambio, cuando lo es, nace del ejercicio de poner en duda lo que está pasando y sus soluciones, es un acto de rebeldía. Esto, al parecer lo entendemos, pero pocos lo asumimos cuando iniciamos procesos de cambio, porque nos enfurecemos cuando alguien se nos opone y porque lo que deseamos es convencerlos o vencerlos. La discusión esta entre la posibilidad de la objetividad y la posibilidad de la subjetividad en la tarea de transformar nuestras relaciones, de transformar nuestro mundo, en la tarea de cambiar.

Suponemos que el cambio tiene que ver con el cambio, admitimos que cambiar supone cambiar, que el cambio trata del cambio y, por lo tanto, todas las acciones dirigidas a cambiar están encaminadas a cambiar. Concebimos el cambiar como abandonar, dejar lo que se viene haciendo, pensando o sintiendo. La medida del cambio es el cambio mismo, se mide por lo que dejamos, por lo que abandonamos. Si estamos en la tarea de cambiar, lo experimentamos como un ejercicio de cambio. ¿Pero es todo esto así?
Si así funcionara el cambio, la siguiente instrucción, dada a un hombre que les teme a las cucarachas y que desea cambiar, debería funcionar: “Si es cierto que usted les teme a las cucarachas y además usted realmente desea que esto no pase, lo que tiene que hacer es no tenerles miedo, hágalo ya”. La respuesta del hombre sería un no, argumentando que precisamente esto es lo que no puede hacer, él no puede no tenerles miedo.
Porqué se da esa situación en la que, cualquier persona o sistema, queriendo cambiar no cambia. La respuesta generalmente aceptada a esta pregunta nos remite a la resistencia al cambio. Se concluye que en los sistemas y en las personas existe una cierta tendencia a quedarse en lo conocido, a la resistencia a cambiar, a mantenerse en su caja. Se percibe la resistencia como algo negativo para el sistema o la persona, dado que lo positivo sería aceptar el cambio en cuanto este supone beneficios. Explicación que remite a la búsqueda de lo que produce la resistencia, que es aquella tendencia de los sistemas a permanecer en el equilibrio.
Lo que no ven estos, es que estas explicaciones del fracaso del cambio a partir de la llamada resistencia al cambio, supone una idea del cambio que implica verlo sólo si los resultados esperados se presentan. No reconocen que el cambio ocurre en el proceso de cambiar, así los resultados esperados no se registren.

El resultado de un proceso de cambio no es el cambio, es la capacidad del sistema para seguir cambiando. Lo que produce el cambio es un sistema cada vez más hábil para seguir cambiando. Si el resultado de un cambio fuese el cambio, tendríamos que llegar rápidamente a la conclusión, de que una vez el sistema alcance las conductas deseadas, ya no tendría que esforzarse más por cambiar, ya alcanzó la perfección, esto es el ideal de los sistemas autoritarios, de las dictaduras de cualquier tipo. Por el contrario, si consideramos que el fin del cambio es el logro de aquellas condiciones internas y externas, del sistema o la persona, que lo llevan a hacer del cambio algo continuo o permanente, estamos por fin atendiendo a la pregunta de qué trata el cambio.
El cambio no trata del cambio, el cambio trata de hacer del sistema o la persona más hábil para seguir cambiando, es decir, cada vez más dispuestos a entrar en la incertidumbre, en la tarea de aprender, de estar en la disposición de reconocer que las cosas que viene haciendo siempre serán necesarias de ser criticadas, abandonadas, repensadas, es decir cambiadas.
El cambio no trata del cambio, es decir, no basta sólo desear cambiar, es necesario comprender ese proceso que se da entre la necesidad del cambio y su resultado. Pero se nos olvida preguntarnos por el cómo alcanzamos ese resultado. Interrogarnos por el proceso es indagar por lo que sucede entre ese estado A en el que nos encontramos y ese estado B que deseamos. Dónde la meta no es ser ahora B y dejar de ser A. Es más bien asumir de lleno la tarea de aceptar que ese estado A ya no funciona, que debemos salir hacia lo desconocido, ese estado B. En esa tarea nos vamos a encontrar con lo que hoy somos, nos encontraremos con nuestras debilidades, incapacidades actuales, en fin, con lo que somos. El cambio no trata de dejar de ser, el cambio procede de reconocer lo que somos. Si yo siendo alcohólico deseara cambiar, el proceso tiene que ver con la aceptación de que lo soy.

El cambio nos invita a negar lo que venimos haciendo. Es más que aquello que haremos por fuera de lo que ya venimos haciendo, es aquello que nos conducirá hacia situaciones para las cuales no estamos preparados o capacitados. Es la manifestación de lo irracional, de lo absurdo, de lo imposible. Una propuesta de cambio debe arrancar por proponer lo no pensado, lo no hecho, lo no sentido, ¡lo irracional!, pues de lo contrario caerá rápidamente en «más de lo mismo».
Si yo frente a una propuesta de cambio respondiera inmediatamente que sí, tengo que concluir que esta no fue una propuesta de cambio para mí, en cuanto no me saco de lo conocido, de mi racionalidad actual. Un cambio es un cambio para mi si yo me resisto a él. El proceso de cambiar es un camino hacia un mundo de incertidumbre, de movimiento permanente, de caos creador. La resistencia al cambio, en cuanto resistencia, se convierte de esta manera en la fuerza misma del cambio, no en su talanquera.
Lo que la resistencia connota no es más que la posible necesidad del cambio, pues aquí la oposición al cambio la interpretamos como una clara demostración de que se está pidiendo un nuevo comportamiento, nuevos pensamientos, nuevas actitudes. Estas solo surgirán si estamos dispuestos a reconocer que no las tenemos, que nos cuesta aceptarlas. La mayoría de las veces estamos esperando que las propuestas de cambio que otros nos hagan o que hacemos a otros, sean aceptadas desde un principio. No podemos seguir por ese camino, él nos conducirá hacia gobiernos autoritarios, dictatoriales, excluyentes. Estilos de dirección que conduce a pensar que aquellos que se resisten son idiotas, enemigos del desarrollo.
El problema no está en las metodologías mal planteadas o desarrolladas, o en la falta de una técnica que logre realmente el cambio esperado, o en la necesidad de que las propuestas de cambio sean más prácticas y menos teóricas, está en la dificultad que entraña desenmascarar los prejuicios, las mentiras, los miedos, las ideas y las certezas establecidas desde tiempos atrás.
En cuanto nos proponen un cambio nos están invitando a vencer los tabúes, los dogmas y tradiciones, a preguntarnos por la certidumbre que nos determina. Es una invitación a entrar en conflicto con nosotros mismo. Es lo que sucedió a aquel cuando se paró frente a sus contemporáneos y les dijo: «no es el sol el que se mueve, es la tierra». Aquellos fueron invitados a dudar lo que veían. A mí lo que me impide ver lo que el otro ve, es lo que yo ya veo. Esto es lo que todo gestor de cambio debe tener presente. No lo hacen en cuanto son estúpidos, se resisten porque este es el camino hacia el cambio. Todo cambio produce algún tipo de molestia, molestia producto de ser invitado a salir de lo que nos parece, de nuestras certezas.

Lo importante en un proceso de cambio no es pasar de A a B, no es llegar a B. Lo importante es asumir la dificultad, aquello que nos impide ver B como posible. Siempre hemos querido que las propuestas de cambio que hacemos a los demás, esos B, sean aceptados desde un principio. Esto nunca será asi. Por otro lado, al que propone el cambio, aquel que pide B, le está sucediendo lo mismo, él deberá estar dispuesto a salir, es decir, asumir la resistencia, el no del otro, como oportunidad para seguir construyendo.
No se puede imponer un cambio a nadie. Nos pueden decir que si al cambio, pero este si debe fundarse en un ejercicio libre, en donde los protagonistas sientan la posibilidad de manifestar de manera abierta su resistencia. Los cambios fracasan no porque no supimos «manejar, eliminar o manipular» a los que se resisten, o por la estupidez de ellos, fracasan porque también nos resistimos a su no. Siempre podremos encontrar alguna razón que invalide el no del otro, ¿qué hacer con esto?
El camino es aliarse con la resistencia. No es abandonar nuestra propuesta de cambio, es preguntarnos por las razones de los argumentos en contra. Esto será lo que nos abrirá realmente al cambio, a la búsqueda de nuevas maneras de solucionar nuestros problemas actuales, al reconocimiento de que tenemos problemas que nos están haciendo daño a todos, que afectan nuestra convivencia pacífica, inclusiva, desestabilizadora.

Si nos quedamos en nuestros argumentos, sino no somos capaces de dejarnos cuestionar por el no del otro, actuaremos de manera descalificadora generando aún más resistencia. Casi siempre podremos imponer nuestro cambio al otro, por el poder que sustentamos, pero lo que debemos reconocer es que, si usamos nuestras armas para imponer un cambio, el resultado será un ocultamiento de las fuerzas que se oponen y unos intentos de esta por interferir en los resultados esperados. Como solía decir, ¡si quiere cambiar acepte que usted está también atrapado en sus ideologías¡
No existen soluciones definitivas y estereotipadas, la clave ésta precisamente en aquella capacidad para salirse de las soluciones intentadas y arriesgar en soluciones no intentadas.
Espero que este artículo le esté generando algún tipo de molestia, sino es así, no le he propuesto nada diferente a lo que usted ya sabe, no le he propuesto un cambio.

Raúl Eduardo Nieto Echeverry
Psicólogo