Misak sentadas en el prado © Álvaro Tobón Trujillo
Misak: Los hijos del agua, la palabra y los sueños
No fue fácil llegar a Monte Redondo desde Jambaló. Aunque la distancia real en kilómetros no es muy grande, la topografía del lugar hace necesario realizar duros ascensos con pendientes empinadas, a veces a lomo de un caballo, en otras tirando del caballo para que no se quede en un desfiladero. Pero una vez llegados al borde del abismo, en un portal señalado por dos grandes rocas, se abre un muy bonito valle, donde se observan algunos sembradíos de cebolla.
Monte Redondo es una vereda del resguardo indígena de la etnia Misak en Jambaló, municipio del Departamento del Cauca, Colombia.
Debido a que durante un tiempo serví como médico rural de la zona, tuve oportunidad de hacer varias visitas a esta comunidad que habita en esta parte de la cordillera de los Andes. El primer ascenso fue realmente sorprendente, de alguna manera me recordó a los recorridos que Frodo y Sam realizaran en El Señor de los Anillos. Ese era mi primer contacto con el pueblo Misak como tal; antes había conocido a algunas personas de esta etnia en el medio urbano, pero esta era la primera vez que entraba en uno de sus resguardos, en uno de sus centros poblados, y por primera vez pude observar cómo transcurre el día a día entre ellos.
Entre otras cosas, me enteré de que su nombre no es el de Guambianos, como los conocía yo, que tal nombre se daba porque los Misak más conocidos en Piendamó, Silvia y Popayán eran los que habitan el resguardo de Guambia -Wampia- en Silvia, un municipio vecino.
Llegué acompañado por Albeiro, uno de los auxiliares de enfermería del municipio, oriundo de la región, y conocedor del terreno, llevando a lomo de caballo criollo equipo de vacunación, y una farmacia básica.
Albeiro me presentó ante Domingo, quien evidentemente ejercía algún tipo de liderazgo en el caserío. Me miró con una – en ese momento – justificada desconfianza. A sus ojos estaba otro médico mestizo, formado en Popayán en el estilo de la escuela francesa de medicina, que sobrevivió el ascenso desde Jambaló, y quien luego de atender en consulta a un par de decenas de comuneros, de vacunar y hacer los controles de rutina a los niños y embarazadas, suministrar algunos productos de farmacia, se iría por donde vino.
Y eso fue lo que ocurrió, al principio.
La mayoría de los Misak que conocí son bilingües, se comunican muy bien tanto en Castellano, como en su lenguaje propio, conocido en algunas partes como el Wampi y en otras como Namtrik, un idioma que coincide con lenguas de los pueblos Coconucos y Totoroes y se enmarca en la familia de las lenguas chibchas. A este respecto hay alguna polémica entre los lingüistas.
Pronto me di cuenta de que a pesar de que utilizan muy bien las reglas del idioma castellano, su curso de pensamiento tiende a estar muy ligado a categorías que no pueden ser pesadas ni medidas en nuestros estándares occidentales de pensamiento.
Sus frecuentes referencias a entidades presentes en su entorno natural, algunas visibles, otras no, durante las consultas que realizaba, me hicieron ver que estaba ante una concepción de la salud en un sistema diferente, para el cual no me había preparado mi paso por la facultad de medicina, ni otras experiencias en mi vida profesional.
El sombrero negro se usa para el trabajo y la vida diaria © Álvaro Tobón Trujillo
Una visión diferente de la medicina
Sin embargo, pude percibir que la medicina que nosotros les traíamos no era rechazada, sino que era aceptada como un complemento a su sistema propio. Posteriormente, en una de las charlas con Domingo, comprendí que una de las categorías dentro de su visión del proceso salud enfermedad es la llamada «enfermedades venideras», es decir, que venían de «fuera» de la comunidad, y por tanto la medicina para tratarla también viene de «fuera».
Una vez terminada la consulta, aplicadas las correspondientes dosis de vacuna, dispensados los medicamentos, observamos el clima. Esa tarde se estaba formando una tormenta que hacía peligroso el viaje de regreso a Jambaló, por tanto, nos dispusimos a pernoctar en uno de los salones que se había habilitado como consultorio.
Pude así dar un vistazo a la aldea: la mayoría de las casas en las que habitan los Misak son viviendas unifamiliares construidas con elementos duraderos – ladrillo y cemento – aunque hay varias casas hechas con materiales más tradicionales, como tapia pisada y adobe en las que usan letrinas fuera de la habitación. Al menos en la escuela cercana hay instalaciones sanitarias adecuadas.
A la hora de la cena nos fue ofrecido un plato de «mote» una sopa con base en maíz, fríjoles, papas, yuca, y ullucos, plato muy frecuente en la dieta de los Misak. La vida de estos se puede decir que transcurre alrededor del fogón. Y alrededor del fogón pude degustar un poco de chicha de maíz, y pude empezar a involucrarme en la conversación. La organización social de los Misak está basada en el núcleo familiar, donde cada familia ocupa una vivienda, aunque en ocasiones especiales se reúnen varios miembros de la comunidad para ciertas celebraciones o trabajos comunitarios.
Aproveché para comentar con Domingo mis impresiones de la jornada, y como me llamaba la atención la conexión de los Misak con su ambiente natural, haciendo referencia a varios términos utilizados por los pacientes atendidos en esa jornada. Pregunté por algunas plantas de las que hablaban, y por algunos lugares que referían, y la relación que atribuían a las dolencias que presentaban con elementos del entorno.
Percibí una pequeña luz en los ojos de Domingo, y casi con una sonrisa, se presentó como el Murbik, el médico tradicional de la región, quien había aprendido de sus mayores el manejo de las plantas medicinales, las relaciones de la gente con la naturaleza, y cómo guiar las almas de los muertos por su nuevo camino.
Me invitó entonces a «caminar la palabra» alrededor del fogón.
Me relató cómo su pueblo realmente lleva el nombre de Misak, que significa «la gente del agua», que los «anteabuelos» contaban como el agua de las altas lagunas, en los páramos de la región, no siempre desembocaba en los ríos que van a buscar el mar, sino que se colaba por la tierra, haciendo que en varias partes se produjeran heridas o «derrumbes» en la tierra, de las cuales surgieron los antepasados del pueblo de la gente del agua. Esa agua que dio origen a los hijos del agua- pi urek -proviene de dos fuentes fundamentales que son las lagunas de Ñimbe y Piendamó, situados en el territorio de los Misak. Una que es mujer (Ñimbe), y la otra -Piendamó- que es hombre. En estas dos lagunas reside el Espíritu Mayor – Pishimisak -protector en la vida y en la muerte, y quien mantiene el equilibrio entre el hombre y la naturaleza.
Mujer Misak usando el sombrero de fieltro negro © Álvaro Tobón Trujillo
El arte de «Caminar la Palabra»
Continuó Domingo: «A nuestro alrededor en toda la naturaleza se encuentran seres. Unos, hombres -Kun- otros, mujeres- Ñi; todo lo que existe es hombre o mujer, y de esa misma forma se pueden encontrar opuestos en lo frío y lo caliente, entre lo bueno y lo malo, y hay plantas calientes y plantas frías, pero también hay plantas buenas y plantas malas.
En los árboles, las lomas, quebradas y ríos, en toda la naturaleza viva o inerte, hay seres que no podemos ver, algunos buenos, algunos malos, pero son tan reales como los que usted ve con sus ojos. Y toda la naturaleza comparte ese “ser” hombre o mujer, frío/caliente, malo/bueno, vivo/inerte, sol/luna.»
Bebimos una totuma más de chicha, y allí continuamos «caminando la palabra» sentados al pie del fogón.
El fogón– Nakchak en wampi – es el centro de la vivienda Misak. Más allá de su función en la preparación de los alimentos, es el lugar en el cual tradicionalmente se practica el arte de «Caminar la Palabra». La conversación tiene gran importancia en la vida del pueblo Misak, es en el Nakchak (o Nak Chak) donde los mayores transmiten a sus descendientes los conceptos fundamentales del ser de la gente del agua, su origen en las lagunas Ñimbe y Piendamó, su cosmovisión dual. El Nakchak es el lugar en el que nace y se conserva la organización del pueblo Misak, la autoridad, y la justicia, en el centro mismo de la vivienda, es el corazón de la familia, donde se conserva la herencia de los antiguos y el derecho ancestral.
Hablamos sobre muchas cosas, en especial del vínculo de la gente del agua con el territorio y el trabajo en común. La base de su economía está en la agricultura, generalmente trabajada colectivamente, por la familia, la familia extendida – los vecinos de la vereda, y en ocasiones, trabajando en «minga», palabra que aunque no proviene del Wampi, ha sido adoptada para indicar las grandes reuniones de los Misak para trabajar voluntariamente en huertas cuya producción beneficiará a toda la población. Tradicionalmente el papel de la mujer estaba muy ligado al Nakchak, del cual es guardiana, y la crianza de los hijos, pero poco a poco se han ido sumando al trabajo del cultivo de la tierra, y otros oficios, más que todo por necesidad económica.
Para Domingo era motivo de preocupación el creciente uso de fertilizantes y productos agroquímicos que estaban siendo usados por algunos comuneros, porque ya los terrenos no eran suficientes para producir de la manera tradicional los alimentos que requería la comunidad. También le preocupaba que cada vez más terrenos en el páramo se usan para la agricultura, y una incipiente ganadería, lo cual estaba produciendo desequilibrios que afectan la salud de las comunidades.
Los cultivos varían de acuerdo a la topografía y el clima, siendo más frecuentes los de papa y cebolla en Monterredondo por estar en la parte alta de la cordillera de los Andes, mientras que en otras veredas con menor altura sobre el nivel del mar predominan los cultivos de maíz.
Fueron muy largas mis conversaciones con Domingo, quien accedió a mostrarme algunas de las vías del pensamiento de los Misak, conocer su historia como la contaban los mayores, a entender sus usos y costumbres.
Cuando le pregunté si me enseñaría a reconocer algunas plantas medicinales y su uso, me respondió: «Por ahora siga usted con la medicina que aprendió en la Universidad. Ya veremos si de verdad se armoniza con el pueblo y la naturaleza de nuestro territorio. Ya veremos si llega el día en el que le permitan subir a las lagunas, y participar en Pishimaruk, la ceremonia de limpieza – para recuperar el equilibrio y en armonía, obtener los conocimientos de los mayores, y participar en los sueños de la gente del agua.»
Avanzada la noche, Benigna -la esposa de Domingo – la verdadera poseedora de la autoridad en el Nakchak, nos indicó que debíamos dejar tema para otras caminadas de la palabra, y que todos fuéramos a descansar, para a la mañana siguiente ir cada uno a sus labores. Con la salida del sol emprendimos el camino hacia Jambaló.
Regresé varias veces. Cada vez fue menos difícil el camino a Monte Redondo, y cada vez más largas mis charlas con Domingo, descubriendo ese maravilloso universo de los hijos del agua, la palabra y los sueños, ahora en colisión con el nuestro.
Visión de una mujer Misak utilizando el Cánon de Botero para describir el volumen
© Álvaro Tobón Trujillo
De los Andes a la Selva
La última vez que hablé con Domingo fue en una minga que reunió a los habitantes de varias veredas vecinas en Campo Alegre, caserío no lejos de Monte Redondo al cual podíamos llegar por un camino de herradura en nuestras Kawasaki Koyote, llevando cada uno en su motocicleta una caja con suministros y medicamentos.
Durante la minga, que duró tres días, se programaron varias actividades, entre ellas la consulta médica y demás servicios de atención primaria.
A nuestra llegada, reinaba gran actividad en el sitio: la cocina era un hervidero de mujeres pelando papas y yucas, otras apilando leña, en una mesa varios hombres hacían cortes en la carne de res que habían traído del mercado en Silvia. Otros muchos, con azadas en sus manos, se dirigían al campo en el cual hoy se preparaba la tierra para la siembra.
En la tarde, una vez atendidas las consultas programadas para el día, llegó Domingo acompañado de dos hombres, médicos tradicionales como él, vestidos los tres de una manera no habitual: me llamó la atención que no estaban usando el sombrero negro de paño que normalmente llevan, sino un sombrero que en principio me recordó a una pandereta, y al parecer su nombre en el idioma Wampi –Tampalkuari – significa eso mismo. La ruana no era la negra o gris del día a día, sino que los tres usaban turis (ruanas) blancas impecables, con delgadas franjas de colores. Complementaban su atuendo con la bufanda teñida con achiote y la faldilla azul de costumbre.
Me explicó que se trataba de una ocasión especial, pues además de celebrarse un matrimonio, se reunirían en asamblea los Taitas de la región, y se celebrarán varias actividades ceremoniales y festivas.
Más adelante me presentó a los Taitas Mariano, José Muelas y Pablo Hernández; al cabo de una corta charla, Taita Mariano me invitó a la ceremonia de matrimonio de su hija Rosalba, a celebrarse al día siguiente. Domingo se ofreció a organizar la consulta para que a la hora prevista pudiera asistir a la ceremonia.
Hombre Misak tocando la flauta traversera de caña © Álvaro Tobón Trujillo
La ceremonia del matrimonio
Esa noche algunas de las mujeres estaban atareadas con los preparativos para la boda, otras, en la asamblea que los mayores estaban celebrando en una de las casas del lugar.
A cargo del Nakchak quedó Magnolia Tuminá, una adolescente con dotes de liderazgo, acompañada por otras mujeres más jóvenes y varios niños. Me fue evidente que ellas son las guardianas del fuego y que alrededor del hogar son ellas las que transmiten y reciben muchas tradiciones, en este caso en cuánto al vestuario, su manufactura, su significado y el uso de los colores.
Empezamos a caminar la palabra cuando pregunté a las dueñas del Nakchak por las prendas que estaban usando ellas y muchas de las mujeres reunidas para esa ocasión.
Para las ceremonias como el matrimonio, los familiares más cercanos a los novios utilizan ropas con diferentes colores. En esta oportunidad las mujeres se visten con un reboso rojo, sobre una camisa blanca, el anaco blanco atado a la cintura con unos chumbes anchos y muy vistosos. A los habituales collares de cuentas blancas (en otros tiempos de plata) se suman varios collares en chaquiras de colores. El diseño de las prendas y la combinación de colores son muy propias del grupo familiar. Todos usan el sombrero tradicional tampalkuari – (pandereta) “de tres pisos”, algunos en color blanco, otro amarillo pálido, todos con unos bordados gruesos en lana de colores en variados estilos, con diferentes patrones, y adornados con dos o tres borlas (pompoms) de lana al frente.
«El Tampalkuari no siempre tuvo la misma forma – me explicaba Magnolia – antes era un cono tejido con hojas de palma tetera, la “hechura” es un proceso transmitido de madres a hijas, abuelas a nietas, que trenzan a dos manos fibras extraídas de su entorno. Hoy la forma ha evolucionado, pero no su significado.
El tejido en espiral va subiendo en tres secciones que representan los tres niveles en los que está dividida la naturaleza: el subsuelo, el suelo y el aire.
Cada nudo es un peldaño en el transcurrir en un tiempo que no tiene principio ni fin, por ello el tejido de cualquier prenda es lo mismo, aunque las técnicas manuales sean diferentes, se trata de transitar hacia adelante en la espiral de la vida, hilando y tejiendo cada momento. Por ello las mujeres Misak, en su naturaleza Ñi, permanecen ocupadas todo el tiempo, ya sea en la cocina, en la huerta, en el tejido o el hilado, o alrededor del Nakchak aprendiendo y transmitiendo el saber de los mayores.»
Mientras me hablaban, observé que algunas de las mujeres presentes ocupaban su tiempo hilando la lana virgen de oveja con un utensilio compuesto por una varilla de madera de unos 45 cm de longitud terminada en una especie de trompo de arcilla, llamado puchicanga, que gira con rapidez transformando el vellón en hilo, mientras otras utilizaban el ovillo resultante en telares artesanales, para obtener los diferentes tejidos usados en la confección de sus trajes y algunos accesorios como las ruanas y chumbes. Algunas tejían gargantillas y collares con chaquiras siguiendo patrones no tradicionales, normalmente para vender a los turistas en Silvia.
Mujer Misak de perfil © Álvaro Tobón Trujillo
El fin del viaje
La propia Magnolia tejía al ganchillo una gigra, mochila que las mujeres Misak tercian a la espalda. Utilizaba hilo blanco industrial comprado en Popayán.
Cuando le pregunté por el tiempo que tardaba en tejer una gigra, me miro con un poco de extrañeza, y me respondió que no encontraba sentido en esa pregunta: simplemente se ocupaba en «la hechura», sin pensar en ese tiempo cuya naturaleza es fluir, pues en la visión del tiempo que tiene el pueblo Misak, todo va desde un presente en el que se plantea un futuro, futuro que se construye con base en lo aprendido en el pasado.
Una vez amaneció, me ocupé de la consulta programada, de manera que estuve listo para la ceremonia a la que fui invitado.
A la hora acordada para reunirnos y asistir al matrimonio, me encontré subiendo a una de las chivas adornadas con cintas multicolores que se habían dispuesto para llevar a los invitados hasta la cabecera municipal, donde se realizaría el rito sacramental católico en la iglesia de Nuestra Señora de Chiquinquirá en Silvia. Allí nos esperaba un sacerdote Misak cuyo nombre no puedo recordar, quien celebró la misa y el matrimonio católico totalmente en lengua wampi, con una excepción. En mi beneficio, el sermón para ese día lo hizo en castellano, y habló de la unión hombre/mujer, su significado en el origen de los hijos del agua, y su relación con esos mismos principios para entenderse con la naturaleza y todas las clases de seres en ella, dentro de su organización social basada en el núcleo familiar, siendo la institución del matrimonio uno de los principios fundamentales en la cultura Misak.
Terminada la ceremonia religiosa, regresamos a Campo Alegre, donde ya estaba dispuesto el banquete nupcial, abundante como si fueran las bodas de Camacho. Todos los participantes saludaron a la nueva pareja, y la fiesta comenzó, animada por un conjunto de flautas de caña acompañados por tambores de varios tamaños, entonando melodías que parecen melancólicas y alegres al mismo tiempo, sobre ritmos sincopados que no tienen principio ni fin.
A la mañana siguiente, mientras acomodábamos nuestros bártulos en las motos para emprender el regreso a la base en Jambaló, Domingo continuaba festejando, como todos los demás, desde la tarde anterior; al despedirnos me dijo que los Taitas estarían dispuestos a permitirme participar en el próximo Pishimaruk dentro de tres semanas. Ninguno de los dos sabía que ese era mi último día en esa región de las alturas de los Andes.
Llegamos a Jambaló a mitad de la mañana y apenas me bajé de la motocicleta llegó la secretaria del alcalde diciendo que atendiera de inmediato al único teléfono del municipio, pues me estaba esperando el director del Servicio Seccional de Salud del Departamento, de forma urgente. Al pasar, me informó que se habían presentado varios casos de cólera en forma muy rápida y explosiva en los ríos del andén pacífico caucano; que ya se estaban conformando equipos médicos para atender la emergencia, y me preguntó si yo estaría dispuesto a liderar uno de esos equipos. Sin siquiera pensarlo le respondí que sí, y un día más tarde estaba listo con mi equipo de salida rural – al que agregué un par de toldillos, repelente de insectos, medicamentos anti maláricos – me despedí de mi familia y abordé un avión de la Fuerza Aérea con rumbo a Guapi, en plena selva tropical húmeda, adonde había llegado, con fuerza, el cólera.
Álvaro Tobón Trujillo
Médico