El maíz es una aportación fundamental de los mexicanos para el mundo. El poeta Octavio Paz comparó esta creación con el invento del fuego por el hombre. Alimento divino y símbolo de identidad, las civilizaciones mesoamericanas están ligadas indisolublemente a la creación del maíz; desde la cosmovisión precolombina, los hombres no fueron hechos de barro, ni la mujer salió de una costilla, no, hombre y planta se formaron el uno al otro, son hermanos, es la madre o el padre, el dios generoso que comparte su cuerpo, también es mito fundacional, pero sobre todo, es diversidad: hay blancos, negros, morados, amarillos, rojos y pintos, clara muestra de la solidaridad de los pueblos y de su capacidad de preservar la memoria.
De acuerdo a los antiguos mexicanos, los hombres y las mujeres estamos hechos de maíz, somos gente de milpa, nuestro origen y destino están ligados a este cereal que a lo largo de los siglos nos ha dado de comer y ha moldeado nuestra cultura. Esta planta que tiene su origen en el teosintle no puede desarrollarse por sí sola, requiere la intervención colectiva, la solidaridad, la herencia y el ingenio de incontables generaciones de hombres y mujeres trabajadores.
El maíz es el símbolo de los rostros pluriétnicos de esta tierra, el grano es el catalizador de la multiculturalidad que aún hoy es riqueza viva y orgullo de los nuestros, muestra de ello es la gran variedad de granos que existen y todos aquellos que todavía se encuentran en transición.
La relación que México y América han tenido con esta planta sagrada adquiere hoy nuevos significados en un mundo postindustrial, en donde el consumo y la demanda van más allá de nuestras fronteras geográficas.
Dicen los tzeltales en la región montañosa de Chiapas “es en la semilla donde todo comienza y termina; es el principio y el fin”. Aproximadamente 59 razas y cientos de variedades existen en nuestro país, las semillas son tan importantes como el lenguaje, como los idiomas que han sido conquistados y desaparecidos, preservar lo que queda de ellos es tarea de todos, pues es la riqueza cultural de la nación para sí misma y ante el planeta.
Hoy el debate académico ¿incluye garantizar la demanda alimentaria en México y en el mundo?, pues el consumo del cereal ha aumentado, ya que se utiliza en distintas ramas de la industria y en la ganadería, lo que ha elevado su valor social. Se puede observar una recaída general en la siembra, la cosecha, la producción y el valor total del producto, que es considerado como la base de la alimentación mexicana.
La gran diversidad de maíz criollo se encuentra principalmente en el estado de Oaxaca, pero actualmente no hay estado de la república en donde no se produzca a mayor o menor escala. “Hay frecuentemente muchos más tipos de maíz en una sola localidad de México que en todos los Estados Unidos” dijo Edgar Anderson, investigador norteamericano.
El grano no solo ha alimentado a innumerables generaciones, también ha constituido su propia cosmovisión, la forma en la que el ser y el colectivo se han relacionado con el mundo y con el universo, a lo largo de más de siete mil años en América. Desde las antiguas civilizaciones olmecas, toltecas y teotihuacanos, quechuas, incas y mayas, durante la colonización de América, la Independencia, la Revolución de 1910 y hasta los tiempos actuales. Comprender la importancia del maíz es un asunto simbólico y estratégico de soberanía alimentaria, es urgente revalorar el trabajo de los campesinos y reconocer la importancia del campo y de los frutos de la tierra. Negar al maíz, es negar al mexicano mismo. Más allá del estudio etnográfico, debe reconocerse y valorarse la actual situación de la reserva genética de granos nativos, porque México es el lugar de origen, domesticación y diversidad de este cereal.
Ricardo Azura
Autor del texto