La fiebre del caucho en América Latina comenzó a mediados del siglo 19 hasta el siglo 20. La importancia de este material en un contexto de revolución industrial hizo que varios comerciantes vieran la oportunidad de su explotación. El caucho se usa para la producción de neumáticos, zepelines, cables, botas, uniformes y armas de guerra. El epicentro de esta industria era la Amazonia colombiana, peruana, brasileña. El negocio del caucho fue un sistema de explotación que dependía de la comunidad indígena y de los campesinos venidos de otras regiones.
Los caucheros, patrones del caucho, utilizaron medidas desalmadas y un sistema de esclavitud para aumentar sus ganancias. El sistema de endeudamiento se basaba en la entrega de bienes como alimentos, herramientas o medicinas a los trabajadores. Estos últimos a través de su trabajo iban pagando la deuda, pero el precio del caucho nunca igualaba el precio del préstamo. Esta deuda interminable muchas veces no era pagada en una vida, y pasaba de generación en generación, aumentando y sometiendo a más indígenas. Si no recogían suficiente caucho en un día, eran sometidos a diversas torturas, desde mutilaciones, privación de comida, encerramiento en pozos, etc.

Más de 40 000 indígenas fueron asesinados, es un genocidio muchas veces olvidado en la historia latinoamericana. La Casa Arana fue la cauchera más sangrienta en esta época. Fue fundada por Julio Cesar Arana, un importante político y comerciante peruano, a inicios del siglo 20. Arana aprendió las técnicas de tortura infringidas por otras caucheras hacia la población local, para así someter a los indígenas a un trabajo incesante y una esclavitud de la que no podrían escapar.
La Casa Arana operaba entre los ríos Putumayo y Caquetá, donde más de 22 pueblos indígenas fueron sometidos a los horrores de las caucheras. Se les prohibía hablar lenguas autóctonas o practicar rituales, sus nombres eran hispanizados, eran mutilados, abusados y asesinados. Todos estos abusos se hicieron públicos luego del escándalo de Putumayo en 1909. Un ingeniero estadounidense denunció en Gran Bretaña los sucesos de la Casa Arana. Julio Cesar Arana llevaba a cabo este comercio del terror con la colaboración de una Junta Directiva británica y capataces traídos de Barbados.
Se le llamó el Paraíso del Diablo en las revistas inglesas, se inspeccionaron otras caucheras y se publicaron los relatos de las investigaciones por parte de los británicos y de los colombianos. La Casa Arana existió hasta los años 30, y aunque sus técnicas fueron menos brutales, el abuso hacia los indígenas continuó y muchos fueron llevados a las selvas peruanas.
Entre sus víctimas están los Uitotos, Mirañas, Boras, Andaquíes, Ocainas, Muinanes, Nonuyas, y grupos de las etnias Murui-muinane, Carijona, Yucuna, Cabiyarí, Inga, Siona, y Letuama. Muchas otras etnias indígenas desaparecieron, ya sea porque huyeron selva adentro o porque fueron asesinadas por los caucheros.

Después de esta masacre que duró varios años, la avaricia de los comerciantes no cesó. Como se lee en la página web de Señal Memoria «Cuando el caucho dejó de ser rentable, vinieron las maderas, el tigrilleo, la marihuana, la coca …y otra vez el oro.» Las comunidades indígenas fueron duramente golpeadas y nunca realmente restauradas. No es una historia que solo afectó a comunidades amazónicas, pero dejó una herida en el continente latinoamericano, una herida de la que no se habla suficiente. ¿Hasta dónde llega el ser humano cuando es guiado por el egoísmo y la codicia? El rol de la memoria es fundamental. Un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla.

Nayra Palacios Miquel
Estudiante peruana en Licenciatura de Sciences politiques et à l’Académie de l’ESJ