Avenida Paulista, Sao Paulo
La urbanización en América Latina no es nada nuevo. Al final del siglo XVIII ya era la región más urbanizada del mundo, lo sigue siendo con un 80 % de población urbana hoy.
Los conquistadores españoles se quedaron atónitos descubriendo algunas de las ciudades del mal nombrado «nuevo mundo» y cuyo número de habitantes supera el de las urbes más pobladas de la Europa del siglo XVI. La gran Tenochtitlán azteca tenía unos 500.000 estimados. Ésta además ya disponía de un alcantarillado cuando los vecinos de las ciudades europeas tiraban sus excrementos a la calle sin miramientos.
En el periodo colonial se siguió concentrando la población en las ciudades de la costa, por razones económicas obvias con un equilibrio entre la rural y la urbana hasta los años 1950 por la ausencia de Revolución Industrial.
El latifundismo no creaba empleos en el campo, sigue así, la agricultura extensiva es una puerta abierta al desempleo. La creación de la CEPAL en 1948, CEPALC (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) a partir de 1985 pretendía sustituir las importaciones demasiado importantes por una industrialización regional para cambiar por completo el orden económico mundial o sea, las relaciones entre exportadores de materias primas e importadores de productos manufacturados y los países industrializados compradores de dichas materias primas.
Un fracaso, surgió un fenómeno inaudito de éxodo hacia las áreas urbanas que en unas décadas se convirtieron en megalópolis, espejismos, desilusiones, escándalos y lecciones para un futuro que tendrá que ir a mejor.
Si presentan características, problemas semejantes y diferencias, en todas reinan desigualdades, precariedad, especulación y corrupción, un hiato social tremendo con un impacto relevante sobre lo cotidiano de las mujeres.
Un distrito de Lima construido en la ladera de una colina
Dicen que a México DF en los años 90 llegaban hasta 300 personas por día. Sin comprobar tal cifra no parece absurda. Frente a semejante «invasión» las ciudades no tenían respuesta ni oferta. Así nacieron los denominados «ranchitos», «barriadas», «favelas» en Brasil, «pueblos nuevos», un eufemismo, asentamientos ilegales, en los que se hacinaban miles de familias desesperadas que sólo se las apañan con la solidaridad entre migrantes. En esas chabolas sin red vial decente, sin transporte, sin luz ni agua, carencias a nivel de los servicios, de la educación y de la salud, las mujeres tienen que mantener a la familia a flote. Resulta alucinante ver fotos de las conexiones eléctricas ilegales, un plato de espaguetis aéreo que les permiten tener alcance a un poco de luz. Si muchos de estos migrantes «del interior» tampoco tenían luz y/o agua en sus pueblos, la realidad del Eldorado urbano se convierte en una pesadilla. Las mujeres no dudaron en poner una «milpa» en el lote…Supervivencia.
Se fue formalizando la ocupación informal, y dio lugar a una especulación vergonzosa que no sólo atrapó a los recién llegados sino que abrió las puertas de par en par a la apropiación del suelo y a redes ilegales que se sacaban ganancias considerables vendiendo lotes muy pequeños, hasta tierras agrícolas.
Además en ciudades total o parcialmente rodeadas de montañas tales como Lima, La Paz, Rio de Janeiro los asentamientos trepan por las lomas en terrenos inestables con el peligro constante de desmoronamientos. En Río de Janeiro conviven las clases acomodadas de la parte baja de la ciudad con los «faveleiros» de los morros vecinos. Prefieren mal vivir al lado de sus empleadores antes que «exiliarse» en la Zona Norte, barrios con numerosas viviendas sociales pero alejados de los focos de trabajo.
© Isabelle MC – Centro histórico de La Habana
Por fin los gobiernos empezaron a idear soluciones para regular tal ansia de suelos y tal desbarajuste. Nacieron políticas públicas de construcción de «vivienda social», un reto frente a la llegada inagotable de nuevos ciudadanos, a esa ola especulativa que se le iba de la mano y se concientizaron de que la periferia podría valorizarse mucho. Lo urgente era encontrar soluciones frente al déficit habitacional pero en los años 70 y 80 la gestión pública de dichos programas fue caótica, insuficiente e inadecuada. Se construyeron numerosísimas viviendas sociales sin prever las infraestructuras necesarias y con costos demasiado elevados para los más pobres, condenados a conformarse con la autoconstrucción en zonas de menor valor alejadas de los focos de trabajo. El neoliberalismo de los años 90 que juntó las políticas y el dinero público con empresas privadas no mejoró la situación sino que favoreció una plusvalía sobre los suelos constructibles e incrementó la urbanización ilegal. La serpiente que se muerde la cola…
Se proponen a la venta casas sin acabar y sin posibilidad de extensión por las parcelas reducidas. Suele pasar lo mismo en los edificios sociales, sólo se venden los muros y le toca al comprador colocar ventanas, grifos,…, edificios de 4 pisos como máximo para evitar la instalación de un ascensor.
Varias ciudades se densifican en los centros urbanos derribando casas, a veces patrimoniales, muchas veces bastante deterioradas pero ubicadas en solares de alto valor inmobiliario. Un caso extremo es el de São Paulo que eligió una expansión vertical del centro convirtiéndolo en una selva de rascacielos y apenas han sobrevivido algunas de las lujosas mansiones de los cafeteros de finales del siglo XIX. Otro ejemplo es el de Santiago de Chile que también optó por una densificación del centro, que sólo les vino bien a las clases medias y a algunas de las medio bajas. sin resolver el alojamiento de los más pobres.
También se levantaron urbanizaciones lujosas en las afueras en zonas amenas y se disparó el número de barrios privados custodiados por guardias día y noche, otro mundo…
Calle de la Ronda, en el centro histórico de Quito
Asimismo algunas ciudades como Quito se empeñaron en rehabilitar los centros históricos cuando aún existían para incentivar un turismo cultural. Con subsidios de la UNESCO y del BID el patrimonio de varias urbes latinoamericanas fue rehabilitado, protegido pero, a pesar de la absoluta necesidad de preservarlo, es un escaparate que no soluciona para nada la pobreza perenne. En La Habana estos esfuerzos dieron un frenazo rotundo cuando dejaron de llegar estos subsidios.
Otro problema mayor sigue siendo la movilidad. Desde los años 2000 muchas ciudades han desarrollado sistemas innovadores de transporte urbano tales como los metrocables, siendo pionero el de Medellín y los BRT que descongestionan un tráfico privado cada vez mayor, el Transmilenio de Bogotá con sus vías reservadas o el Trolebús de Quito. Dichas innovaciones tienen también sus límites: son más caras para el usuario e insuficientes para satisfacer a millones de latinoamericanos que las usan a diario. Quizás por eso se haya disparado el uso de la bici como en Bogotá o en Buenos Aires con el éxito de la Ecobici.
Más impactadas por el transporte son las mujeres, hasta cuatro horas diarias. La mayoría de ellas se contratan en los servicios: cuidado de personas (ancianos, niños), limpieza, cocineras, camareras.
En naciones aún marcadas por una herencia machista las mujeres padecen una doble desigualdad. Ellas trabajan, a veces en familias numerosas, monoparentales, y con otro « día » de trabajo cuando vuelven a casa : coladas, compras, comidas.
Hay un destello de optimismo con el surgimiento de ediles más concienciados y concienzudos. La elección de Claudia López, alcalde ecologista de Bogotá (2020 a 2023), un viraje en la gestión de las metrópolis latinoamericanas, o el proyecto del arquitecto Rafael Moya, una urbanización sostenible y autosuficiente en un cerro polvoriento e inhóspito de Lima, modelos por seguir en toda Latinoamérica.
Autobús en la Avenida Caracas, Bogotá
Isabelle Moreau-Chesneau
Profesora de español - Máster en español (Lyon 2) Máster en «Lenguas y Sociedades - Curso: Las Américas» (Rennes 2)