© Hugo Bernamonti – Antigua ciudad maya de Uxmal, Yucatán
No es raro que, al ver películas, dibujos animados o cómics, se mezclen representaciones de una cultura prehispánica con elementos de otra. Por ejemplo, algunas personas confunden a los incas con los olmecas, como si estas civilizaciones compartieran la misma identidad. Sin embargo, estas culturas eran tan distintas como la española y la alemana. Lo mismo ocurre con las civilizaciones maya y azteca, que, aunque ambas florecieron en México antes de la llegada de los europeos, a menudo se confunden erróneamente.
© Hugo Bernamonti – Antigua ciudad maya de Uxmal, Yucatán
Las primeras diferencias son geográficas y cronológicas. Los mayas se asentaron en el sureste de México, en Guatemala, Honduras y El Salvador, mientras que el imperio azteca se extendía desde el Golfo de México hasta el centro del país, con algunas zonas de superposición entre ambos. En términos cronológicos, la civilización maya alcanzó su apogeo siglos antes que los aztecas. Mientras que la civilización maya alcanzó su apogeo alrededor del año 900 d.C., los aztecas, también conocidos como mexicas, no establecieron su imperio hasta el siglo XIV, alcanzando su punto álgido justo antes de la llegada de los españoles en 1521.
Su lengua y sus dioses también reflejan sus distintos orígenes. Los mayas, cuya lengua está emparentada con las de Centroamérica, adoraban a dioses como Chac, el dios de la lluvia, y Kukulkán, la serpiente emplumada. Los mexicas, que llegaron más tarde al Valle de México, adoptaron elementos de las culturas locales como Tláloc, el equivalente del dios maya Chac, y Quetzalcóatl, el equivalente de Kukulkán, pero también trajeron su propio panteón, del que la deidad de la Guerra y el Sol, Huitzilopochtli, es la más poderosa. Sus lenguas respectivas, el maya y el náhuatl, son muy diferentes.
© Hugo Bernamonti – Códice maya, Gran Museo del Mundo Maya de Mérida
Otra gran diferencia se refiere a su organización política y social. Los mayas nunca formaron un imperio unificado, sino una serie de ciudades-estado gobernadas por sacerdotes, entre los que había comercio y frecuentes guerras. Los mexicas, en cambio, construyeron un poderoso imperio centrado en su capital, Tenochtitlan, la actual Ciudad de México, fundada en 1325 a orillas del lago de Texcoco. Su imperio se consolidó mediante guerras y conquistas.
Tecnológica y científicamente, los mayas desarrollaron un sistema de escritura muy sofisticado, mediante ideogramas y fonogramas (carácter gráfico que representa un sonido o una serie de sonidos). También poseían el concepto del número 0, lo que les permitió realizar complejos cálculos que les permitieron predecir el movimiento de los astros, construir pirámides más altas que las de los aztecas e innovadoras construcciones como cúpulas y arcos. Los aztecas, por su parte, desarrollaron impresionantes avances agrícolas, como chinampas (islas artificiales para el cultivo) y sofisticados sistemas de drenaje que asombraron a los españoles.
© Hugo Bernamonti – Sitio arqueológico del Templo Mayor sobre las ruinas de la antigua catipal azteca Tenochtitlan, actual Ciudad de México
Finalmente, en el momento de la conquista española, las dos civilizaciones se encontraban en fases muy diferentes. Mientras los mexicas reinaban sobre un imperio en rápida expansión, la civilización maya llevaba varios siglos derrumbándose y la mayoría de sus grandes ciudades habían sido abandonadas. Con la ayuda de los pueblos dominados por los mexicas y de enfermedades importadas de Europa, los españoles derrotaron al imperio azteca en pocos años, pero tardaron casi cien años más en conquistar a los pueblos mayas, que entonces vivían en pequeños reinos y comunidades dispersos por la península de Yucatán y Guatemala.
Hoy en día, el legado de mayas y aztecas sigue vivo. Las lenguas y tradiciones de los mayas siguen siendo practicadas por pueblos como los Lacandones y los Tzotziles, mientras que los descendientes de los mexicas, los nahuas, han conservado la lengua náhuatl, muchas de cuyas palabras han sobrevivido para formar parte del español moderno, como «coyote», «tomate» y «chocolate». Estas dos civilizaciones, a pesar de sus profundas diferencias, han hecho aportaciones únicas al patrimonio cultural de México.
Hugo Bernamonti