En muchas ocasiones, la frontera entre México y Estados Unidos parece no ser una simple delimitación entre dos países como cualquier otra, ya que es un lugar en el que se concentran muchos debates muy mediatizados en el resto del mundo.
Dejando a un lado el tráfico de drogas, los enfrentamientos y asesinatos perpetrados por los cárteles o la explotación de trabajadoras del sector textil en las maquiladoras propiedad de grandes multinacionales estadounidenses, elementos a los que la prensa otorga una visibilidad frecuente, el lugar cobró un protagonismo especial durante el mandato del ex-presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. El famoso « muro de Trump » que este prometía construir en la frontera entre los dos países, y cuya seguridad pretendía reforzar, usando para todo esto una desorbitada suma de dinero, fue uno de los grandes protagonistas del debate público durante la campaña electoral de 2016.
Este punto del globo tan controvertido, ha servido de inspiración para muchos artistas. Como por ejemplo la mexicana Ana Teresa Fernández, que con su proyecto « Borrando la frontera » pintó en 2016 el célebre muro de azul, para que éste se confundiese con el color del cielo y desapareciese de alguna manera. Pero mucho antes, esta frontera fue movilizada en un gran número obras, entre las cuales no nos podemos olvidar de un cuadro pintado por una de las mexicanas más conocidas en todo el mundo: Frida Kahlo.
En su Autorretrato en la frontera entre México y Estados Unidos (1932), la artista se representa a sí misma subida a un pequeño muro que separa estos dos países, que parecen bien distintos. Frida Kahlo pintó este cuadro durante la época en la que se tuvo que marchar de México (entre 1930 y 1933) principalmente por motivo del trabajo de su marido, el muralista Diego Rivera, al que le empezaron a surgir encargos en Estados Unidos. Aunque también tuvieron peso en esta decisión las persecuciones a simpatizantes de la izquierda que comenzaban a existir en México con el gobierno de Plutarco Elías Calles.
Si nos fijamos en la parte izquierda del cuadro, podemos percibir fácilmente numerosas imágenes que se siguen asociando a día de hoy a México de manera bastante estereotipada, y por personas que generalmente no conocen en exceso la cultura mexicana. Vemos flores y una calavera, tan características del famosísimo Día de muertos que se celebra cada 1 de noviembre en el país. También se identifican con facilidad las escaleras de lo que parece ser un templo de arquitectura Maya o Azteca. Finalmente, un gran sol y una luna reinan sobre el resto de elementos naturales en el cielo del lado mexicano del cuadro.
Del otro lado nos encontramos con Estados Unidos, representado como un amasijo industrial: fábricas, cables, y un humo gris invaden este lado de la frontera, contraponiéndose así a la naturaleza del lado mexicano. Esta representación está también muy en línea con la estereotipada idea de Estados Unidos, visto frecuentemente como gigante económico sobredesarrollado y gran potencia industrial mundial.
Pero este cuadro, lejos de ser simplemente una sucesión de clichés, representa un fuerte sentimiento de dualidad, aquél que experimentan tantas personas que emigran o se ven forzadas a exiliarse a otro país. Lo que el antropólogo canadiense Kalervo Oberg definió por primera vez en 1960 como « el choque de culturas », es decir la desorientación experimentada por una persona ante un modo de vida que no le resulta familiar, queda perfectamente plasmado en esta obra de arte de Frida Kahlo.